El peso de la rutina cotidiana no se debe comparar con un estado depresivo, porque son dos estados diferentes.
El problema de la rutina no es lo que hacemos sino cómo hacemos lo que hacemos.
Si estamos concentrados en una tarea no podemos pensar en otra cosa, de modo que la concentración en lo que hacemos es lo que nos permite disfrutar de eso; porque estar concentrado es una forma de meditación, es el mejor modo de vaciar la mente de otro contenido.
Las personas que sufren depresión, además de tomar medicamentos, si recuperan sus rutinas diarias pueden lograr una más rápida recuperación; porque quien padece esta enfermedad, ha abandonado sus rutinas, vive en el desorden, se acuesta y se levanta muy tarde, come a deshora cualquier cosa, no cocina, no realiza ninguna actividad física, se aísla, no puede trabajar, no se asea ni arregla su casa.
Lo que ayuda a cumplir las rutinas cotidianas con alegría y buena disposición es prestarles atención y hacerlas lo mejor posible, otorgándoles un significado, como puede ser sentirse más digno de uno mismo y tener la oportunidad de mejorar la calidad de vida propia y de las personas que amamos.
En las grandes ciudades se produce la paradoja de contar con enormes posibilidades de esparcimiento y al mismo tiempo de estar cada vez más aburridos y solos.
En otras épocas, en las comunidades más pequeñas, las posibilidades de entretenerse eran el trabajo, las relaciones familiares y sociales, las festividades tradicionales y familiares.
La vida moderna en lugares de gran concentración humana, es solitaria e individualista y el propósito de la vida se reduce a llegar a tener lo que se supone que hay que tener para Ser. Pero una vez conseguido este objetivo, recién entonces, se reconoce que no es suficiente y que necesitan compartirlo.
Las rutinas diarias nos recuerdan lo básico de la vida, la importancia de la comida, del buen dormir, de tener una vida ordenada, del valor de lo simple y de los afectos.