Conocí al fabricante de amigos hace unos años. Su verdadero nombre era Adam, pero se hacía llamar “El fabricante”. Adam era un niño muy especial. No jugaba al fútbol. Tampoco le gustaban los videojuegos, ni ver la televisión. Era un niño solitario. Era un niño sin amigos. Pero un día Adam descubrió que tenía un don que nadie más poseía. Era capaz de fabricar amigos. El primer amigo que creó, lo hizo con palos, piedras, una caja de cartón y una pelota deshinchada. Le dibujó unos ojos, una nariz y una boca y lo llamó Retales. Retales era muy simpático. La primera vez que le habló, Adam casi se muere del susto. Pero pronto se acostumbró a su extraño amigo, ya que era un maravilloso narrador de historias. Como estaba hecho con palos y piedras, Retales conocía el lenguaje de los árboles, y el de la hierba. Conocía la lengua del agua, la de los peces y los pájaros. Retales también sabía de deportes, gracias a la pelota de su cabeza, la caja de cartón que era su pequeño cuerpo, era una auténtica caja de sorpresas, ya que había guardado muchas cosas en su interior, y había viajado por muchos países. Pasaron juntos unos meses increíbles, en los que Adam se sintió el niño más feliz del mundo. Pero un día, Adam se fijó en otro niño pequeño, que estaba sentado en un rincón del parque, con lágrimas en los ojos. Se acercó a él y le preguntó por qué lloraba, y éste le contestó que era porque no tenía amigos y se sentía muy solo. Entonces Adam suspiró, y haciendo un gran sacrificio, le dijo a Retales: quédate con él y hazle compañía, como si fuera yo. Y Retales, obediente, se quedó con el niño, que ya no volvería a sentirse solo. Entonces, Adam decidió crear otro amigo, uno diferente. Así que cogió una bola de plastilina, un lazo, dos tubos de plástico y un par de zapatos de ballet con agujeros. Así nació Blandina. Era una amiga muy activa. Bailaba y cantaba como una profesional, y era capaz de construir cualquier cosa. También conocía cientos de peinados diferentes. Adam aprendió un montón de cosas con Blandina. Pero un día vio a una niña jugando a la pita, en un solar, totalmente vacío. El fabricante se acercó a ella y le preguntó: ¿es que no tienes con quien jugar? Y ella le respondió que no, que no tenía amigas. Entonces, Adam suspiró y le dijo a Blandina: hazle compañía, y trátala tan bien como a mí. Blandina obedeció y se quedó con la niña, que sonreía, radiante de felicidad. Fue entonces, cuando Adam decidió crear otro amigo más, uno que fuera grande y fuerte, que conociera historias de acción. Cogió una percha, un abrigo viejo de piel, un gorrito de tela y una bombona vacía. Así cobró vida Gangster. Era un tipo duro, sabía de caza, técnicas de lucha y de camuflaje. También tenía conocimientos de cocina y además era un gran sastre. Pero una mañana en la que ambos iban caminando por la calle, se toparon con un mendigo, con la ropa raída y una expresión de eterno aburrimiento. Adam se acercó y le preguntó: ¿Qué hace usted aquí? Y éste le contestó, que un amigo lo había traicionado, que lo había dejado su mujer, y que se había dado a la bebida, porque se sentía muy solo. Entonces, Adam creyó que Gangster sería un buen amigo para él y le dijo: Márchate con él y ayúdale en todo lo que puedas. Y Gangster obedeció. Y así, Adam fue creando amigos, y repartiéndolos por la ciudad, e incluso por todo el país. Se hizo tan famoso, que pronto un montón de niños y niñas fueron a verle, para pedirle que fabricara amigos para ellos. Adam tuvo que hacer un esfuerzo tan grande creando amigos para otros, que pronto, cayó enfermo. Y entonces ocurrió el desastre. Las creaciones de Adam, comenzaron a caerse a pedazos y a desarmarse a toda velocidad. La gente de todo el país, observaba con cara de espanto como sus nuevos amigos dejaban de existir, y caían al suelo, destruidos completamente. ¿Qué había ocurrido? Todos estaban desconcertados, y puesto que no sabían como arreglarlos, decidieron ir preguntarle al “Fabricante”. Pero Adam estaba tumbado en una cama del hospital y tosía violentamente. Los médicos no sabían cuál era la causa de su enfermedad, y sus padres no podían hacer otra cosa que rezar para que su hijo se curase cuanto antes. Al enterarse de la noticia, muchos niños comenzaron a preguntar por todas las casas que encontraban a su paso, tratando de encontrar a alguien que pudiera curar al Fabricante de Amigos. Buscaron, y buscaron por todas partes. Y justo cuando estaban a punto de abandonar la búsqueda, un hombre, vestido completamente de blanco, se acercó a ellos y les dijo: dejadme verlo, creo que sé lo que le pasa. Y los niños le llevaron hasta el hospital donde se encontraba Adam. Después de examinarlo con detenimiento, y tocarle la frente, llegó a una conclusión. Mirando a los padres de Adam, a los médicos y a los niños que esperaban en la sala, habló con gran determinación: Este niño no está enfermo, y la única causa de su mal es la soledad. Sólo vosotros podéis curar al Fabricante. Y dicho esto, el hombre vestido de blanco, desapareció, y nadie más lo volvió a ver. Totalmente sorprendidos, los niños decidieron buscar una solución, y pronto, se les ocurrió una nueva idea. ¿Por qué no fabricaban un amigo para Adam, igual que él había hecho para ellos? Y enseguida encontraron un montón de cosas que fueron uniendo poco a poco: dos zapatos antiguos para sus pies, un par de escobillas para las piernas, un bote de pepinillos para el tronco, el palo de una fregona para los brazos, un par de guantes de boxeo, y una enorme pecera de cristal para la cabeza, recubierta con guirnaldas y confeti. Le pintaron varias caras, con expresiones diferentes y por último, le colocaron una capa sobre sus hombros de plástico y lo llamaron Desternillador. Los niños, satisfechos con el resultado, le llevaron orgullosos, su nueva creación al “Fabricante”, deseando que éste se pusiera bueno. Cuando Adam vio lo que los niños habían hecho para él, alzó lentamente la cabeza, y pronto, su ataque de tos, se convirtió en un ataque de risa, y sus lágrimas, en lágrimas de alegría, y enseguida logró ponerse en pie, para ver mejor el gran muñeco que le habían traído. El único problema – decían los niños- era que no sabían cómo darle vida. Entonces el Fabricante los miró sonriendo y dijo: es que no la necesita. Sabe que con unos amigos como vosotros, ya nunca más volveré a sentirme sólo. Y ellos, dándose cuenta de que Adam tenía razón, corrieron a abrazarle. Al fin comprendieron que nunca tendrían mejor amigo que el mismísimo Fabricante de Amigos, que sin conocerlos de nada, les dio generosamente lo único que podía darles. Su amistad.
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