Es comprobable en la experiencia cotidiana que “lo afectivo” tiene efectos en el cuerpo.
Sabemos de esa relación por experiencia propia, por la de otros… Pero clínicamente hablando, lo que se verifica en los tratamientos es que existe sin dudas una relación afectos- cuerpo.
Pero ¿cómo aborda el psicoanálisis el campo de los afectos?
Ya decía Sigmund Freud en su texto “Análisis profano” (¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?”) que el psicoanálisis no se trata de intelectualidad o erudición, sino del propio cuerpo; que el psicoanálisis es ante todo una experiencia afectiva.
¿Qué quiere decir esto?
Suele suceder que alguien consulte porque en su vida ha pasado algo que provocó cierta alteración afectiva, podríamos decir. Que alguien esté triste por algo que sucedió… Pero si hablamos desde el psicoanálisis, tenemos que tener en cuenta que consideramos que en el momento mismo en que el cachorro humano entra en el lenguaje, se imprime en él un afecto primero, como producto, como consecuencia de haber sido atravesado por la palabra.
Allí nace una íntima pasión, esa primera marca en el cuerpo.
En las consultas, los afectos surgen por doquier, desde la máxima teatralidad que pueda a travesar un relato, o un llanto desproporcionado en apariencia, o risas y emociones diversas.
En “Tótem y tabú” e “Inhibición, síntoma y angustia” Freud explica de manera mítica esa tragedia que está de entrada en cada uno de los seres parlantes. Los afectos son definidos en ambos textos como provocados por experiencias traumáticas muy primitivas. Los afectos como huellas de que hubo un acontecimiento primero en que “eso” tuvo lugar.
Si hablamos de catarsis, Freud le cree a Aristóteles de alguna manera, al decir que en una cura existe algo del orden de la descarga, de la “abreacción”. Y eso muchas veces, esa descarga de afectos toma la forma de ficción, en el sentido de que denuncian una verdad, que nunca es toda. Es en esos términos que Lacan luego dirá que los afectos engañan…
En el transcurso de la cura, esos afectos se van desplazando en el discurso, van tomando distintas formas y tonalidades, en relación a los diferentes temas que pueden atravesar una cura como son los temas relativos al sexo, a la muerte, etc.
Pero esos afectos si decimos que se desplazan es porque damos a entender que entonces no se reprimen. Lacan, siguiendo a Freud, recalca este punto. Los afectos no se reprimen. La represión cae sobre el significante y el afecto queda suelto, a la deriva. Por eso es que muchas veces los afectos no se corresponden con lo que uno está hablando en un determinado momento. Dirá Lacan que por ejemplo, lo que se reprime es un recuerdo, los significantes que amarran ciertos afectos; y los afectos quedan sueltos, locos, a la deriva…
Lacan, en su Seminario sobre la Angustia (1962-63) dirá que la angustia es un afecto. Pero no es una emoción. No es lo mismo estar emocionado que estar angustiado. Y se encarga de separar estas cuestiones.
La angustia, sí, es un afecto, pero es el único afecto que no engaña. Y si no engaña es en tanto es del orden de lo real. La angustia es real, y eso se “siente” en el cuerpo.
Más allá de las palabras y las puestas en escena que se pueden hacer a merced de los afectos, la angustia es el único afecto que no engaña porque entraña lo real del cuerpo.
Fuente: “Semblantes y Sinthome” VII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. París-2010