Más allá de las normas sociales, más allá de la sociedad informatizada se comienzan a vivir las primeras consecuencias que están convirtiendo a una generación completa en niños y jóvenes “estresados”.
La sobrestimulación es la culpable y entre las principales causas parece ser que una ansiedad competitiva empuja a nuestros jóvenes de hoy en día a “triunfar” precozmente en vez de tomarse el tiempo necesario para madurar qué es lo que quieren ser.
¿Por qué ansiedad competitiva en los jóvenes?
Este término acuñado en el entorno de la psicología deportiva, se relaciona principalmente con el estado de estrés permanente en el que los jugadores de élite – y aficionados, igualmente – sienten a razón de no fracasar ante las expectativas puestos en sus habilidades. Asimismo, se detalla en un artículo publicado por diversos profesionales de la Universidad de Murcia en 2009 que se fundamenta en los estudios de los profesionales Andersen y Willis acerca de la ansiedad y la motivación como variables de la personalidad (ansiedad competitiva y motivación de logro).
Según las conclusiones sacadas, en este caso, dentro del mundo deportivo, y, por ende, aplicable a cualquier relación entre persona y ansiedad competitiva. De hecho, una de las conclusiones que se sacaron de este curioso estudio fue que aquellos deportistas de élite que habían experimentado mayores índices de esta ansiedad habían tenido más lesiones que sus compañeros.
A este respecto, se puede llegar a pensar que el estrés y la depresión experimentados por miles de jóvenes actualmente, nunca ha sido tan alarmante, aunque también es cierto que existe un sesgo pues tampoco siempre se le ha dado tanta importancia a la salud mental entre los ciudadanos – se rigen por el mismo patrón y aquellos que experimentan más ansiedad competitiva en el mundo del “talentismo” en el que vivimos sufren más “lesiones” también a nivel psicológico.
El niño que tenía depresión
Muy lejos parece que quedan aquellos años en los que se comenzaba a trabajar a la edad de 14 años – si se tenía suerte – y de aquellas historias que los abuelos suelen contar a sus nietos acerca del sacrificio, de las jornadas laborales de dieciséis horas y de la inexistencia de la infancia y, muchos menos, de la adolescencia.
Y, sin embargo, de vivir para trabajar desde bien jóvenes se ha pasado a vivir para triunfar, hasta el punto de que las nuevas corrientes entre la juventud van dirigidas hacia la competitividad salvaje entre unos y otros, marcada con mucho por una sociedad sobreinformada, sobrestimulada en la que se ha alcanzado el nivel máximo de difusión de la información.
“Pero – dirán algunos – eso es bueno. La información es buena”. Saber es bueno. El problema es que saber sin la correspondiente interiorización de la fuente inagotable de conocimientos, es para un niño de 13 años como un bombardeo de mensajes contradictorios que coexisten unos con otros sin que se le hayan dado al joven las armas suficientes como para decidir.
Ésta es la clave de la madurez; ser capaz de elegir. Y esto es justamente lo que se les está negando a estas nuevas generaciones “resabidas” pero patológicamente indecisas que son el producto de lo que sus padres, abuelos, hermanos, profesores, compañeros, la televisión e internet, les han contado que tienen que ser.
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