Dueña de la negra toca, la del morado monjil, por un beso de tu boca diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor del Zenete más bizarro, y con su fresco verdor toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros, y si fueran en sus manos, con la zambra de los moros el valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales, y armaduras y pebetes, y diera... ¡que tanto vales!, hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos, porque la luz de la aurora sube al Oriente desde ellos, y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí, partido por gala en dos... Le arrancaron para ti de la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa, la paz de tu lengua mana... leve, aérea, como brisa de purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena para un harén oriental, suelta la negra melena sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo, entre una nube de aroma, y envuelta en el blanco velo de las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana, sultana serás allí, y el sultán será, ¡oh sultana!, un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza, tanta gala tunecina, que ha de juzgar tu belleza para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca, por un beso de tu boca diera un reino Boabdil; y yo por ello, cristiana, te diera de buena gana mil cielos, si fueran mil.
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