SOBRE LA INCOHERENCIA O CÓMO VOLVER LOCOS A NUESTROS HIJOS
Aunque intento evitar las generalidades, me atrevería a decir que todos los seres humanos tendemos a educar a nuestros hijos de la mejor forma posible. Ello no implica que sea del mismo modo. Ya sabemos que los términos conciencia y valores son dos campos a años luz entre unas personas y otras y con un carga de subjetividad contundente y, por desgracia, de carácter a veces temporal o circunstancial. Creo que iba bien encaminado Groucho Marx cuando decía “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”…
Pero no quiero irme por las ramas, ese sería otro tema. En lo que me quiero centrar es en los mensajes colmados de bondad, generosidad, prudencia, constancia, paciencia, etc., que transmitimos a nuestros hijos día a día. Toda una declaración de principios…cuyo propósito a veces parece ir dirigido a tomarles el pelo.
Porque, ¿cuánto de coherencia hay entre lo que decimos y lo que hacemos?
Enseñamos a los niños que deben ser cuidadosos, cumplir las leyes y mirar a ambos lados al cruzar…mientras que cuando vamos con ellos aceleramos como alma que lleva el diablo ante un paso de cebra en rojo. Sermoneamos continuamos con la frase “no hay cosa que más odie que la mentira”, y al cabo del rato, cuando llama la suegra -para nuestra niña, su querida abuela- con toda la desfachatez del mundo, al tiempo que bajamos el volumen de la tele, le suplicamos en voz baja “dile que ahora no puedo ponerme, que estoy con la cena”.
Explicamos a nuestros niños que debemos ayudar a mamá, porque todos somos iguales y las tareas hay que dividirlas al tiempo que pegamos un frenazo y gritamos por la ventanilla del coche “¡Pero es que tú no miras!!!! No hay mujer que sepa conducir bien, joder!!!”
Nos cabreamos como monos cuando nos avisan del colegio porque nuestro vástago se ha peleado con alguien y le exhortamos sobre el valor de la comunicación y el compañerismo. Ello no es óbice para que, cuando el sábado vamos a verle en su partido semanal de futbol arenguemos contra el árbitro dedicándole cumplidos tan espléndidos que comprenden a gran parte de su familia, a voz en grito si es posible, y “que no se me ponga chulo el padre de ese paquete que le tengo ganas. ¡SI, A TI, GAFOTAS, A TI!”.
Intentamos inculcarles la deportividad y el poder de superación del ser humano. Y qué mejor forma que reunirnos toda la familia para jalear a nuestros clubes en un Madrid-Barça televisado y cantar al unísono himnos populares por todos conocidos como “catalán c...”, “chulo madrileño de los h…“vete a la selva, negrito, allí sí que corres bien”, “gitano, que eres un gitano” –esta última acompañada de una peineta, no sea que pueda haber atisbo de dudas sobre la connotación que quiero dar- y otras cantinelas propias de las excursiones con los padres salesianos.
Los ejemplos podrían ocupar al menos un volumen de la Enciclopedia Británica.
Y luego, que nos llame la directora para quejarse del niño que, en caso de darle el beneficio de la duda (a ella, que de eso los sufridos profesores tendrían mucho que decir sobre los miopía parental), miraremos al cielo con las manos extendidas y gesto desesperado preguntaremos “¡Pero a quién habrá salido este niñooooo!!”.
Nadie dijo que ser padre es fácil. Y ser coherente es tarea ardua, ardua. Pero que nos quede claro un axioma: a los niños no se les puede educar con las máximas del “haz lo que digo y no lo que hago” o “que tu mano izquierda no se entere de lo que haga la derecha”.
Niños y niñas son auténticas esponjas. Son conjuntos de sensores humanos activados todo el día (y parte de la noche). Viven una etapa que debería ser (ójala lo fuera para todos) maravillosa. Todos los días aprenden algo, descubren algo, empiezan a formar parte de algo, razonan, atan cabos, plantean hipótesis, refutan… La plasticidad neural (la capacidad de las neuronas para regenerarse y de esta forma modificarse y reorganizarse, adaptándose a cambios internos y externos) en estos años está en la cúspide de su desarrollo, y desaparecerá cuando seamos adultos. Por decirlo coloquialmente, nada les cae en saco roto.
Es necesario estimular al niño, pero estimularlo de forma correcta. Son unas fieras en captar la información por cualquiera de las vías que les llegue pero, ¿cómo van a saber actuar cuando las informaciones que les llegan son contradictorias?
Durante esta etapa de la vida, los progenitores son lo más alto de la jerarquía de su pequeño gran mundo, tanto en autoridad como en admiración. Sus indicaciones y transmisiones por tanto, tendrán la misma carga de importancia. No podemos criar niños seguros si deben debatirse entre dos opuestos que no entienden.
Y ya ni hablemos de los actos a veces crueles que se producen durante las separaciones o divorcios, en los que mina más la vendetta sobre tu “ex” cuando lo único que debería prevalecer es la salvaguarda de la imagen del padre y la madre por parte del cónyuge opuesto. Puede ser por esa venganza, por egoísmo, por una tremenda inconsciencia…pero si muchos padres supieran el efecto devastador que produce en los niños la llamada “alienación pariental”, mucho se lo pensarían antes de ejecutar ciertas conductas o usar ciertos epítetos delante de sus hijos.
Por concluir, insistimos, ser padres no es fácil, y eso ya lo sabíamos. Pero que es una responsabilidad prioritaria que no podemos esquivar, también. Intentemos educar por tanto en los valores que cada uno crea, pero en palabra y acto, de forma que podamos dejarles al menos el legado de una sociedad con algo de congruencia y lógica. Yo me quedo con este lema. “Que lo que haga cada vez se parezca más a lo que pienso”. Ahí es nada. Pero ¿por qué no?
Concha Gallén
Psicóloga&Coach Certificada