La vida son cuatro días y dos están nublados
El miedo a que los demás se burlen de nosotros, nos tomen por idiotas, o sencillamente nos juzguen erróneamente, puede alterar enormemente nuestro carácter y nuestra existencia. Vivir obsesionados por lo que opinen de nosotros los demás, es una ruina y una desgracia lamentable.
¿Qué pensarán de mí? ¿Se reirán si hablo? ¿Se burlarán de mi indumentaria? ¿ Se mofarán de mi acento?. Son ejemplos de preguntas habituales de quienes se mantienen fieles a sentirse ridículos.
Efectivamente, la ansiedad, el malestar y las reacciones que genera el miedo al ridículo en mucha gente, eliminan de raíz su espontaneidad y su gracia natural, consiguiendo en muchos casos el consiguiente hermetismo y la anulación de la verdadera personalidad.
Las personas con una predisposición mas elevada a parecer ridículos, son aquellos que se toman la vida demasiado en serio. Los que son capaces de reírse de las peripecias graciosas o extrañas de los demás, pero sobre todo de ellos mismos, gozan sin duda de un maravilloso antídoto contra la vergüenza y las sensaciones que los dejan en evidencia.
Vivimos inmersos en un mundo veloz, donde todo se olvida casi instantáneamente, y donde a los 15 minutos ya nadie recordará nuestras hazañas por absurdas que nos parezcan. Incluso encontraremos personas a favor y en contra cuando mas extravagantes nos parezcan las meteduras de pata.
Y es que en realidad nadie es ridículo, sino que se siente ridículo. Tal vez el truco consista en reírse tras la caída o el resbalón, y en apartar los dramas diarios. Ojalá que cada vez que nos sintamos ridículos, miremos a los demás en distintos turnos (mañanas, tardes, noches) en todas las horas del día se repiten momentos que no deben parecernos vergonzosos, sino alegres , raros, divertidos.
Y ojalá que ya no nos preocupe nuestra imagen o lo que piensan de nosotros, sino lo que en realidad somos y sentimos.
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