Los israelitas se convierten en un pueblo sedentario y comienza la acumulación de bienes. Desde ese momento, y hasta que aparezca la monarquía, el Pueblo de Israel es gobernado por Jueces. Son líderes carismáticos, surgidos del pueblo y cuya preocupación fundamental es que no se pierdan las raíces que habían permitido que varios grupos nómadas se constituyeran en una comunidad.
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La inferioridad de la mujer en el pueblo de Israel era similar a la de otros pueblos y otras épocas. Su testimonio no era válido frente a un tribunal. Su palabra no era de fiar. Yahvé hace surgir una “sorpresa” en la historia de su pueblo. Esa sorpresa se llama Débora. Una mujer que sentada bajo una palmera resolvía los pleitos que le presentaban los israelitas. Vivía en la tierra de Efraín, lejos de los centros de poder. Débora tiene una visión y llama a Barac para que dejando en ridículo a los cananeos, los israelitas vuelvan al camino de Yahvé que habían abandonado. Barac se niega a hacer nada si Débora no va con él.
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Es así como una mujer se convierte en Juez y Profetisa del pueblo de Israel, en contra de todas las tradiciones, en un mundo donde los varones tenían todas las responsabilidades sociales y religiosas, pero en fidelidad al estilo de actuar de Yahvé.
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Ni antes ni después de Débora encontramos en la Biblia el caso de otra mujer a la que acudieran los hijos de Israel, reconociendo su autoridad. Y no acudían para pedir consejo, acudían para someterse a juicio. Alguien que ni siquiera podía ser testigo se convierte en Juez. Ejerce un liderazgo que no se repetirá por parte de ninguna mujer a lo largo de la historia de Israel.
D/R
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