Cuando los hombres no escuchan
Ella habla y habla y habla... Suele decirse que las mujeres hablamos demasiado. Mientras tanto, él intenta dar soluciones para que, por fin, deje de quejarse. Al final, la escena termina en una discusión: “¡Es que tú no me escuchas!”, reclamará ella, quien no entiende cómo un hombre es incapaz de escuchar por más de diez minutos.
Una de las quejas femeninas más frecuentes (por no decir la más común) es que los hombres no saben escuchar. A lo que ellos, confundidos, responderán que sí saben hacerlo y que pueden repetir con precisión todo lo que se les ha dicho.
Lo que sucede es que, de acuerdo con
la manera en que nos hemos socializado, hombres y mujeres tenemos una manera muy distinta de afrontar las dificultades que nos presenta la vida.
En el universo masculino, los problemas son algo muy personal. Educados para ser fuertes, autosuficientes y protectores, los hombres suelen intentar resolver sus conflictos por ellos mismos. Pedir consejo es algo a lo que acudirán como la última de las posibilidades, única y exclusivamente en caso de ser absolutamente necesario. Primero, meditarán acerca de las posibles soluciones a su problema en silencio y, si aun así no consiguen encontrar una, buscarán distraerse con alguna actividad que los ayude a despejar la mente, como ver televisión o practicar algún deporte.
Las mujeres, por nuestra parte, estamos más acostumbradas a hablar de lo que nos molesta y expresarlo. Para nosotras muchas veces la necesidad de conversar (o incluso monologar) sobre un problema reside en una necesidad femenina de
verbalizar los problemas para entenderlos. Ocupamos escucharnos en voz alta y así, conforme hablamos, vamos haciendo una catarsis y descubriendo qué es exactamente lo que nos perturba y cómo lo podremos resolver.
No necesariamente estamos pidiendo consejo: más bien ocupamos de una audiencia que se interese por nosotras y que nos muestre
empatía, aunque no nos ofrezca ninguna solución.
Para el hombre promedio esto puede resultar muy extraño o, incluso, una pérdida de tiempo. En sus parámetros masculinos el único motivo para hablar de un problema es cuando no ha sido posible encontrar una respuesta y se busca ayuda. El solo hecho de hablar por hablar les parece ilógico y por eso, cuando ofrecen una solución y la mujer no la acepta (puesto que todo lo que ella siente que necesita en ese momento es empatía), sienten que han fracasado y se frustran.
Por el contrario, cuando el hombre se encuentra silencioso porque tiene un problema, las mujeres tendemos a preguntarle por él. Desde nuestro punto de vista, estamos mostrando interés, pero desde la perspectiva masculina, estamos invadiendo su espacio y acosándolo a preguntas.
Este tipo de situaciones se ve de manera mucho más clara si somos conscientes de que
los hombres y las mujeres acostumbramos lidiar con los problemas de formas diferentes: mientras ellos necesitan espacio y confianza en que podrán resolver sus cuestiones por sí mismos, nosotras necesitamos hablar y recibir empatía más que soluciones.
También algunos estudios a nivel neurológico señalan que la voz femenina tiene inflexiones más complejas que la masculina, por lo que requiere de más actividad cerebral para escucharla. Por el contrario, cuando un hombre escucha a otro, su cerebro procesa que se está escuchando a sí mismo y se le hace más fácil prestar atención.
No en vano dicen por ahí que los hombres son de Marte y las mujeres somos de Venus.
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