Confiar un secreto ¿es difícil?
“Si no quieres que algo se sepa, no se lo cuentes a nadie”. Aunque todos conocemos esta máxima la mayoría de las veces sentimos un impulso irrefrenable de confiar un secreto a otra persona. ¿Por qué tenemos la necesidad de contar nuestras confidencias y correr el riesgo de que esa información sea revelada a terceros? Todos somos conscientes de este riesgo porque todos hemos encarnado alguno de estos papeles alguna vez. Hemos sido confesores y confidentes. El quid de la cuestión es explicar por qué necesitamos entonces compartir información que puede comprometernos.
¿Por qué sentimos el impulso de compartir los secretos que se nos confían?
Uno de los motivos principales radica en el carácter social del ser humano y la necesidad que tiene de involucrar a su entorno en aquello que no debe saberse. Otra causa que nos impulsa a develar informaciones personales está vinculada al morbo que despierta en nosotros poder contar temas frívolos. Muchas personas se sienten “orgullosas” de ciertas proezas que han realizado y necesitan contarlas, aunque reclamen discreción a su confidente.
El hecho de confiar un aspecto de nuestra vida secreta a otra persona es una muestra de amistad y confianza. En el preciso instante en que le pedimos a otra persona que guarde el secreto depositamos en ella una responsabilidad, a la vez de que corremos el riesgo de que nuestra confidencia sea develada a un tercero y a partir de ahí la difusión puede alcanzar límites insospechados. Porque aunque esa persona sea de nuestra más ab
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