Curiosidades sobre el estudio del amor
El amor siempre ha sido un tema misterioso, una de las experiencias más poderosas que experimentamos, buscando muchas veces las respuestas a nuestros interrogantes en la literatura clásica como la poesía o la filosofía. Pero desde hace tiempo, los científicos se han preocupado por investigar qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enamoramos.
Helen Fisher, una de las antropólogas más prestigiosa de los EE.UU, es una de las científicas que más ha investigado sobre este tema, destacando en la biología del amor y la atracción. A continuación exponemos algunos de los resultados de sus numerosos estudios e investigaciones.
El Amor, ¿Impulso o emoción?
A partir de sus investigaciones Fisher ofrece una visión tripartita del amor que se originan en tres sistemas cerebrales básicos, interconectados:
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Impulso sexual. Se origina en el hipotálamo –zona relacionada con el hambre y la sed- despertando el deseo de experimentar con diferentes personas, de buscar a nuestras parejas.
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Amor romántico. Se origina en el cerebro reptiliano – zona responsable de los instintos básicos de supervivencia- y se produce cuando se libera dopamina. Se encuentra relacionado con la atracción sexual selectiva y el contacto y la exclusividad sexual. Puede resultar muy peligroso, ya que conlleva la experimentación de muchas alegrías si somos correspondidos o muchas tristezas si somos rechazados, además del carácter de posesión.
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Apego. Produce la activación del pálido ventral –relacionado con los sentidos del gusto y el placer. Constituyendo el cariño, ese lazo afectivo que sostiene a las parejas y va más allá de la pasión.
Así Fisher aseguró que “
Algunas personas tienen sexo y luego se enamoran. Otras pueden enamorarse de alguien con quien nunca han tenido relaciones sexuales y con el que jamás tendrán sexo. Algunas pueden sentir un sentimiento de apego hacia un amigo y años después mirarlo con otros ojos. Todo depende de la persona”. Pero los tres sistemas cerebrales son importantes, ya que toda pareja debe intentar hacer cosas románticas, realizar actividades que incrementen el sentimiento de apego e intentar tener una buena vida sexual.
Además a partir de escáneres realizados a una muestra de voluntarios notó que la zona activada por el amor romántico se encontraba lejos de la parte emotiva cerebral, que conduciría posteriormente a afirmar que el
amor no era una emoción, en contradicción a las creencias populares, considerándolo como un
impulso fisiológico natural, similar al de comer o beber, existente por la necesidad de procrear, ya que las zonas activadas eran aquellas relacionadas con las motivaciones, la energía y la atención focalizada. Sería por lo tanto una motivación para transmitir nuestro material genético a la siguiente generación, destacando así su perspectiva evolucionista.
El amor es por lo tanto según los estudios llevados a cabo por Helen Fisher, un impulso que se ha desarrollado para favorecer el emparejamiento.
Y en la atracción…
¿Por qué nos gusta una persona en concreto y no nos sentimos atraídos por el resto?
En realidad la respuesta a esta pregunta aún está por descubrir, si es que llegamos a hacerlo. Lo único que se sabe es que en la atracción intervienen componentes culturales, así como químicos y genéticos. Incluso, Fisher menciona que nos enamoramos de personas que nos resultan misteriosas, que no conocemos bien. Ese toque de misterio muchas veces nos mantiene vivos para seguir descubriendo al otro y sorprendernos.
¿Es cuestión de química?
En sus investigaciones, Fisher observó en las imágenes del cerebro enamorado, dos regiones muy activas:
-El núcleo caudado. Región primitiva relacionada con el sistema de recompensa cerebral, la
excitación sexual, las sensaciones de
placer y la motivación para obtener recompensas. A partir de ella, discernimos qué actividad será más placentera o anticiparemos como nos sentiremos en determinadas circunstancias.
-El
área tegmental ventral. Zona situada en el tronco cerebral que consiste en vías de dopamina. La dopamina es un neurotransmisor que controla los procesos de
atención, la
motivación y el cumplimiento de objetivos.
Así cuando nos enamoramos parece que
elevamos nuestros niveles de
dopamina y
norepinefrina (controla los estados de euforia y la pérdida de apetito y sueño) y
disminuimos la cantidad de
serotonina en nuestro organismo, comportándose de manera similar a los procesos de adicción, ya que estas sustancias químicas son derivados naturales del opio. Por eso, conforme avanza el enamoramiento, se empieza a desarrollar cierta dependencia. Aunque más adelante las relaciones entre estos cambian y fluctúan, ya que ese estado de “drogadicción” no dura toda la vida.
Por lo tanto, según las investigaciones de Fisher el amor sería como un
coctel de sustancias químicas y aunque nada de esto cambie cómo nos enamoramos o el sufrimiento que sentimos cuando se acaba una relación, nos ayuda a conocer un poco más algunas de las supuestas reglas que se esconden tras ese gran desconocido llamado amor.
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