Aprender de la mirada de los más pequeños
Hace tiempo intenté responder a unas preguntas que se repetían una y otra vez en mi cabeza ¿dónde está el niño que fuí? ¿Qué valores me arrebató la edad adulta?. Haciendo una reflexión sobre ello descubrí que había perdido frescura, ilusión y felicidad.
Quizás lo más relevante de todo esto es que la mayoría de la gente adulta que me rodea convive con pequeñas gotas de alegría, el resto es una acumulación de preocupaciones y obligaciones que enturbian el día a día de todos ellos. La actitud ante la vida se vuelve fría, egoísta e inerte y pasamos a ser seres humanos con el alma empobrecida.
No sólo mi pensamiento se quedó ahí, intenté buscar dentro de mi interior las respuestas para combatir tan tristes sensaciones. Todo fue en vano, poco recordaba del niño que había sido, e internet no me proporcionaba información alguna.
Días después quede al cuidado de la hija de un buen amigo mientras realizaba unas compras. Una encantadora mujercita de dos añitos compartía asiento con un adulto en un banco del parque. Pendiente del móvil no me percaté de que la pequeña se había bajado del banco y puesto enfrente de mí; levante la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos. Toma para ti, me dijo. Recogí una flor de regalo, a la vez una gruesa venda caía de mis ojos.
Mientras le agradecía el presente y hablábamos sobre los personajes de su camiseta, dentro de mí se hacía la luz. Cuanta inocencia cargada de desinterés, amabilidad, ternura, sonrisa, cariño, amor…
Con esa simple mirada las dudas y preguntas se habían desvanecido. De hecho me comenzaban a saltar otro tipo de cuestiones: ¿Qué pasaría si la sonrisa formase parte de mi vida?, ¿Es posible tratar al mundo con amabilidad? o ¿puede el amor mover el mundo? .
La limpieza y sinceridad de la mirada de una pequeña niña, me ha servido para recordar sentimientos que una vez han estado dentro de mí y que hasta ese momento dormían plácidamente dentro de mi corazón adulto.
Así pues he desempolvado de mi alma emociones que están haciendo mi vida mucho más dichosa. Me levanto con una sonrisa, golpeo los miedos de la vida con ilusión. Intento aportar un granito de amabilidad a la gente que me rodea, sin esperar nada a cambio, tan sólo recibir de sus miradas un poquito de frescura.
Intento ser como el niño que ofrece su juguete a un adulto, con inocencia, amor, ternura, sin complejos, confiado y con amor.
A día de hoy mi vida interior se ha reconciliado con el mundo que me rodea, a veces no es fácil, pero mi entorno está cambiando y llenándose de vida.
No perdáis la oportunidad de mirar a los ojos de un niño, estaréis aprendiendo una de las mejores lecciones vitales que un adulto pueda experimentar a lo largo de su vida. Sentimientos que un día movían nuestro espíritu y que la edad adulta nos escondió sin darnos cuenta. Nunca es tarde.
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