No
habrá en Europa muchos pueblos que pueden presumir de haber sido un
Vaticano en pequeño durante un tiempo de su historia. Peñíscola, en la
costa de Castellón, lo fue, cuando el aragonés Pedro de Luna, convencido
de que era el verdadero pontífice, se refugió aquí, haciéndose llamar
Benedicto XIII, después de que en Aviñón los cardenales le ciñeran la
tiara. Pero fue un «antipapa» del Cisma que terminó a su muerte, en
1423, a los 90 años de edad, y después del intento de sus partidarios de
nombrar un sucesor con el nombre de Clemente VIII.
Encastillado vivió allí el falso Papa, y Peñíscola conserva el empaque de haber sido corte pontificia. Está
situada en un peñón rocoso y unida por un istmo de arena a tierra
firme. Su nombre viene de «península» y tiene aires de un navío que se
adentra en el mar con las velas desplegadas. El castillo, situado en la
cima del peñón, es del siglo xiii y es probable que fuese construido por
los templarios. Paso luego a la orden de Montesa y fue Felipe II quien
mandó levantar las murallas. Se llega al patio de armas por una rampa y
desde allí puede visitarse las que fueron estancias papales. El salón
gótico y la iglesia.
Pero Peñíscola fue habitada desde tiempos muchos más antiguos. Pudo ser fenicia y en
su abrigado puerto debieron de recalar las naves romanas. Jaime I de
Aragón la tomó a los árabes. La muralla tiene tres puertas: la de Santa
María, que conduce a la población; la del Papa Luna, en la parte
inferior del recinto amurallado, que accede al que fue palacio papal, y
la den Fosc, que da entrada a la parte alta. El pueblo, de encaladas
casas de forma cúbica con azoteas, parecen trepar por empinadas calles
el montículo rematado por el castillo. En los alrededores de Peñíscola
se han construido urbanizaciones, pero la vieja villa ha quedado
relativamente salvaguardada. Sigue habiendo pescadores y son muy
apreciados los langostinos que se extraen de sus aguas. Las fiestas
patronales, de una antigüedad de 400 años, se celebran en septiembre y
están dedicadas a la Virgen de la Ermitana, que tiene su iglesia barroca
junto al castillo. Hay batallas de Moros y cristianos, procesiones,
bailes y lidía de reses en la playa.
Otro
personaje, este más próximo a nosotros, ha unido para siempre su nombre
a la villa de Morella. Aunque la capital del Maestrazgo está en San
Mateo, pues allí residía el gran maestre de la orden de Montesa, Morella
es el lugar que todo el mundo considera el más importante de esta
comarca castellonense. Fue el puesto de mando y la capital de Ramón
Cabrera, general de los ejércitos carlistas en las guerras civiles del
siglo XIX. Su sobrenombre, «El tigre del Maestrazgo», lo dice todo.
Enclavado
en una naturaleza de por si inexpugnable, a los pies de un cerro de
piedra rematado por un castillo, la villa fue rodeada con 2 km de
murallas y catorce torreones por el rey de Aragón Pedro el Ceremonioso y
así redobló su aire de fortaleza. Tienen cinco portales. El viajero
entrará seguramente por el de San Mateo y subira los 300 escalones de la
calle San Pedro pasando siempre entre casonas señoriales y edificios de
antigua arquitectura popular.
En
una de las fachadas del pueblo un azulejo recuerda el milagro que San
Vicente Ferrer realizó en Morella. El dueño de la casa en que el santo
predicador iba hospedarse le dijo a su mujer que le prepara lo mejor
hubiera en la casa. Ella guiso a su hijo pequeño. Cuando el santo llego,
viendo al niño en la fuente reprendió severamente a la madre y resucitó
al hijo.
En
el palacio renacentista del cardenal Ram se ha instalado el Parador de
Turismo. La iglesia arciprestal de Santa María la Mayor es una obra
cumbre del gótico valenciano que fue construida entre 1265 y 1330. Su
nave izquierda está adosada al castillo y tiene las puertas abiertas en
la nave derecha. Se asegura que dos artistas, padre e hijo, las
esculpieron en competencia, sin verse uno a otro, en el más puro estilo
gótico del siglo xiv. Una centuria más tarde se añadió a la iglesia un
hermosísimo coro al que se accede por una escalera primorosamente
labrada.
Las
fiestas de Morella son de gran originalidad. Las más importantes se
celebran cada seís años. En 1672, con motivo de haberse declarado la
peste en la villa, los morellenses llevaron al pueblo la imagen de la
Virgen de Vallivana, cuyo santuario se halla a más de veinte km. En
cuanto a la imagen llegó, cesó el terrible mal y los morellenses
prometieron honrar a nuestra Señora «de seís en seís años».