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General: ▬ LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS ▬
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Resposta  Missatge 1 de 2 del tema 
De: Ana Laseria  (Missatge original) Enviat: 20/12/2013 04:56

 

 

 

 

La niña de los fósforos

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima.

Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de

la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle

con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de

su casa; pero no le habían servido mucho tiempo.

Eran unas zapatillas enormes que su madre ya

había usado: tan grandes, que la niña las perdió

al apresurarse a atravesar la calle para que no

la pisasen los carruajes que iban en

direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos

desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba

en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas

de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas

como muestra.

Era muy mal día: ningún comprador se había

presentado, y, por consiguiente, la niña no

había ganado ni un céntimo.

Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero

aspecto.

¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban

en sus largos cabellos rubios, que le caían en

preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba

en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de

las ventanas; el olor de los asados se percibía por

todas partes. Era el día de Nochebuena, y en

esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón

entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y

entumecía sus miembros; pero no se atrevía a

presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos

y sin una sola moneda.

Su madrastra la maltrataría, y,

además, en su casa hacía también mucho frío.

Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con

furia, aunque las mayores aberturas habían sido

tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas

estaban casi yertas de frío.

¡Ah! ¡

Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita!

¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla

en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una.

¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía!

Despedía una llama clara y caliente como la de una

velita cuando la rodeó con su mano.

¡Qué luz tan hermosa!

Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea

de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa

de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí

de un modo tan hermoso!

¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus

piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó:

ya no le quedaba a la niña en la mano más que un

pedacito de cerilla.

Frotó otra, que ardió y brilló como la primera;

y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo

tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una

habitación en que la mesa estaba cubierta por un

blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y

sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba

un perfume delicioso.

¡Oh sorpresa!

¡Oh felicidad!

De pronto tuvo la ilusión de que

el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con

 el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y

rodaba hasta llegar a sus piececitos.

Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio

ante sí más que la pared impenetrable y fría.

Encendió un nuevo fósforo.

Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico

nacimiento: era más rico y mayor que todos los que

había visto en aquellos días en el escaparate de los

más ricos comercios.

Mil luces ardían en los arbolillos; los

pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña.

Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y

el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento

se elevaron, y comprendió entonces que no eran más

que estrellas. Una de ellas pasó trazando una

línea de fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó

la niña; porque su abuelita, que era la única que

había sido buena para ella, pero que ya no existía, le

había dicho muchas veces:

"Cuando cae una estrella, es que un alma

sube hasta el trono de Dios".

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver

una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela

en pie y con un aspecto sublime y radiante.

-¡Abuelita!-

gritó la niña-.

¡Llévame contigo!

¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien

que ya no te veré más!

¡Desaparecerás como la chimenea de hierro,

como el ave asada y como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque

quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita,

y los fósforos esparcieron una claridad vivísima.

Nunca la abuela le había parecido tan grande ni

tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos

se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan

elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía

hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña

entre las dos casas, con las mejillas rojas

y la sonrisa en los labios.

¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena!

El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con

las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había

visto, ni en medio de qué resplandor había entrado

con su anciana abuela en el reino de los cielos.

 

Por Hans Christian Andersen

 

 

 

 

 

 

 

 



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Resposta  Missatge 2 de 2 del tema 
De: Bapita Enviat: 20/12/2013 12:19
Ana, muchas gracias por el cuento de 'La Niña de los Fósforos'
 
 
 


 
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