El Sexenio de Morella
En
la segunda quincena de agostó del año en el que el toca en el Sexenio,
como se llama a esta fiesta, el 2000 es uno de ellos, las casas de
Morella se engalana con papeles de colores que los vecinos recortan
formando distintas figuras. Los cofrades traen a pie la imagen de la
Virgen desde su lejano santuario y una fastuosa procesión recorre el
pueblo en acción de gracias. El sexenio dan lugar a grandes
manifestaciones festivas.
Murcia
ofrece también pintorescos pueblos. Uno de ellos, Ricote, situado a las
orillas del Segura, se caracteriza históricamente por haber sido el
último lugar de España y que los moriscos abandonaron en el siglo xvii,
una vez que se dictó su expulsión. Su nombre, bajo la forma de Rigut,
aparece mencionado en fechas muy tempranas de la invasión árabe de la
península. Se cita su nombre en la campaña omeya del año 896. El en el
siglo xiii, el emir Ibn Hud Al Mutawaquil, que llevó a cabo la
unificación de la España musulmana al sublevarse contra los almohades,
tuvo allí su corte, en la que brillo el sabio y místicoIbn Sabim,
apellidado El Ricoti.
Cuando
los reyes ordenaron la partida de los moriscos, los mismos cristianos
viejos que entonces vivían en la villa pidieron a las autoridades que se
les permitiera permanecer en el pueblo. Allí estuvieron hasta el año
1618, en que fueron obligados a partir, aunque se quedaron algunos
gracias a la intercesión de la Orden de Santiago ante el poder real.
El
caserío de Ricote da testimonio de la tradición morisca de la villa.
Los tejados de la teja blanca o parda ofrecen desde la altura un
armonioso conjunto. El pueblo está rodeado por sierras de color ocre que
contrastan con el verdor del valle donde crecen los limoneros.
Tiene
Ricote bonitas casas con escudos y ventanas enrejadas. La llamada y
Casa Grande es de comienzos del siglo xviii y fue residencia de los
comendadores de Santiago. La misma orden levanto también en el pueblo la
iglesia de San Sebastián.
Desde
Ricote queda muy cerca Archena, lugar de aguas termales que nacen al
pie de la montaña llamada Salto de Ciervo. Tiene tranquilos balnearios
de ambiente muy tradicional. Las termas eran ya conocidas en época
romana con el nombre de Arxilaxis. Aún pueden visitarse allí restos de
baños romanos y árabes.
La
construcción que más gráficamente evoca las tierras de La Mancha es el
molino de viento. Don Quijote los confundió con gigantes y estuvo a
punto de salir descalabrado cuando le derribaron al suelo las grandes
aspas de uno de ellos. Uno de los pueblos que mejor conserva los molinos
que en otro tiempo servían para moler el trigo es Campo de Criptana, en
la provincia de Ciudad Real. Varios de ellos pueden verse sobre el
Cerro de la Paz, en cuya ladera se alzan las casas del pueblo.
Antiguamente
había molinos en todas las tierras de España cerealista. En La Mancha
han perdurado, aunque mas como adorno del paisaje que como
las imprescindibles máquinas que fueron en otro tiempo. El molino es
una máquina de asombrosa simplicidad, compuesta de unas aspas con velas y
un engranaje que hace girar el eje vertical encargado de mover una
piedra circular sobre otra fija. Para orientar las aspas en la dirección
del viento hay un mástil de madera que se fija con cuerdas en el suelo.
Los molinos suelen tener forma cilíndrica con muros encalados y
cubierta de madera de forma cónica.
Campo
de Criptana es seguramente un pueblo de gran antigüedad, quizá de la
época de los celtíberos oretanos que poblaron el país. Ni ellos ni los
conquistadores romanos pudieron despreciar un cerro tan estratégicamente
situado en medio de la llanura. Sus sucesores en el dominio de estas
tierras, los caballeros de San Juan de Jerusalén y de Santiago, tuvieron
en Criptana un castillo que, por haberse convertido con el tiempo en
guarida de malhechores, fue derribado por orden de los Reyes Católicos.
En
el cerro del lugar donde se alzan los molinos de viento, hay una serie
de cuevas cerradas que los habitantes de Criptana utilizan como bodegas.
En un cerro vecino desde el que en días claros se divisan hasta 25
pueblos de la llanura, está la ermita de la Virgen de Criptana. Esta
imagen se traía al pueblo en la Pascua de Resurrección. Pero la fiesta
más importante del pueblo es la del Cristo de Villajos. A lo que se ve,
los habitantes de este pueblo son muy propensos a llevar santos de un
lugar a otro. A comienzos de agosto, los romeros van en busca de la
imagen a su santuario y la devuelven a finales del mes, una vez
celebradas las fiestas. El primer sábado de septiembre, octava del
Cristo, se suele celebrar una romería nocturna en la que actúan grupos
folclóricos.
Hemos de ir
ahora hacia el norte de la región de Castilla-La Mancha para encontrar
un pueblo que, sin dejar de serlo, tiene catedral y Obispo. Sigüenza es
una antiquísima villa que se llamó Segontía en tiempo de los romanos,
después de que Catón la conquistara tras someterla a un larguísimo
asedio. Los árabes construyeron parte de la muralla y levantaron una
alcazaba en la cumbre del cerro. Una vez tomada por los cristianos, el
obispo Don
Bernardo fortificó y amplió la alcazaba hasta convertirla en un
impresionante castillo que en nuestra época es Parador de Turismo. Allí
le mostrarán al viajero una celda en la que el rey Pedro I de Castilla,
llamado el Cruel, encerró a su esposa Doña Blanca de Borbón para que no
le molestara en sus correrías amorosas.
Toda
Sigüenza es una joya de la arquitectura. No sólo las iglesias románicas
o góticas y los palacios, sino también las casas de las calles que
bajan del castillo y las de las llamadas Travesañas que las cruzan. El
palacio episcopal es renacentista. Esta es la razón de que tenga aire de
fortaleza.
El
interior es de tres naves y contiene, en la capilla mayor, un precioso
retablo del siglo xviii, obra de Giraldo de Merlo. La reja que cierra el
altar, los púlpitos, el coro son otras tantas obras de arte. En las
capillas laterales hay sepulcros labrados que por sí solos merecen la
visita. Allí se halla una de las más bellas esculturas funerarias del
renacimiento europeo: la de Doncel de Sigüenza un joven guerrero llamado
Martín Vázquez de Arce que murió combatiendo en la guerra de Granada.
El artista, cuyo nombre no ha podido precisarse, le representa vestido
con una armadura y casco y leyendo un libro, como sí quisiera plasmar en
su figura el ideal renacentista de alianza entre las armas y las
letras. En una de las Travesañas de la villa está la casa de los Vázquez
de Arce, familia noble que contó entre sus miembros a obispos,
cortesanos y guerreros.
Otras
dos joyas de la catedral seguntina, obras ambas de Covarrubias, son el
altar de Santa Librada y la sacristía llamada de las cabezas, con su
bóvedas de cañón compuesta con más de trescientos rostros de personajes
bíblicos e históricos, sin contar con otros elementos decorativos.
Sigüenza tiene además, junto a la catedral un Museo Diocesano con obras
de el Greco, Zurbarán, Salzillo y otros pintores y escultores.