Diez obstáculos que impiden una buena comunicación
Con frecuencia las personas consideran que se están expresando claramente, pero eso no es así. ¿Cómo nos damos cuenta? Básicamente porque las personas nos miran, nos preguntan, nos responden de una forma distinta a lo que esperábamos, etc. Así, nuestras palabras, actitudes o silencios tienen consecuencias, aunque no nos demos cuenta.
Para poder expresarnos de la mejor manera posible y a la vez, obtener los resultados deseados, es preciso, antes de hablar, preguntarnos lo siguiente: ¿Qué es lo que realmente quiero decir?, ¿Cómo lo voy a decir (o lo estoy diciendo en ese momento)?, ¿Para qué lo quiero expresar?, ¿Estoy comenzando la conversación en el sitio y situación correctas?
Puede que sea difícil para ti (como lo es para muchos), hablar de ciertos temas, ya sea porque te da vergüenza, tristeza, malestar, enojo, ira, etc. Si igualmente necesitas referirte a ello porque lo deseas solucionar o porque no es bueno “quedarse con todo en el interior”, primero quítate de la cabeza la costumbre de “insinuar”. Esto quiere decir, dialogar de manera poco clara, esperando que la otra persona se de cuenta o interprete qué es lo que estamos hablando. No es posible que eso siempre ocurra, ya que el interlocutor (u oyente) no tiene una bola de cristal o no nos conoce lo suficiente.
Entonces, si no hablamos claramente, el otro puede interpretar cualquier cosa, lo que sin dudas, no es favorable.
Por otra parte, es muy complicado hablar sobre un tema que te trae disgustos o que sabes que conllevará una discusión o una pelea. Trata de comenzar esa conversación de la forma más amena posible, sin dar mucho preámbulo, pero tampoco “yendo al grano” sin tantear el terreno. Puede que el otro no se sienta bien, tenga un mal día, también ese tema lo agobie, etc. Por las dudas, analiza primero la situación antes de empezar. Recuerda que no es lo mismo pedir o comunicar que atacar y agredir.
Es cierto a su vez, que no todos tenemos las mismas capacidades, por ejemplo, uno puede ser bueno hablando, el otro escuchando. Reconoce en tu interlocutor de qué perfil se trata. Dirigirte de una manera incorrecta es tu problema, no el del otro y si sabes que esa persona es mejor “oyente” no intentes sacarle información, hacerle preguntas, pedir opinión. Respeta como es y deja que sólo hable cuando lo desea o crea necesario.
Es vital que sepas cómo te estás refiriendo al tema en cuestión y también cómo te enfrentas a la otra persona. Si en medio de una charla comienzas a agredir o a gritar, no esperes una buena respuesta. Lo mejor es parar todo y pensar cómo estás diciendo las cosas. Por más de que te enojen mucho, o creas que es una batalla perdida, recuerda este dicho: “no levantes tu voz, mejora tu argumento”.
Otro factor determinante para tener éxito en nuestras conversaciones es reconocer si es el momento y el lugar oportuno. Llamar a tu esposo cuando está en la oficina para discutir no es una buena idea, comenzar una pelea con tu novia en plena calle, tampoco. Una comunicación importante necesita un sitio y una hora adecuadas. Y sobre todo, que sea privada.
Los expertos dicen que para saber cuándo y donde es correcto pienses que en lugar de hablar vas a desnudarte. ¿Queda bien que lo hagas en un restaurante, en frente a tus padres o en el autobús? Pues si tu respuesta es no, tampoco es sitio para comenzar una discusión.
Ten cuidado, igualmente, en no dejar que pase el tiempo sin hablar del tema, porque ello conlleva a acumular odios y tensiones, olvidar qué es lo importante y pasar malos momentos mientras tanto.
Los obstáculos para la buena comunicación
Son muchas las razones que no nos permiten entablar una charla o hasta debatir de una manera más eficiente, amena, natural. Las principales:
-No saber escuchar al otro (interrumpir, no prestar atención a lo que te están diciendo, pensar en otra cosa)
-Faltar el respeto al prójimo (aquí ingresan todos los que nos escuchan o con los que hablamos)
-Etiquetar a una persona (no sabe nada, es un arrogante, es imposible que entre en razón, etc)
-Problemas anteriores no resueltos (cuando por ejemplo en una discusión de pareja se rememoran casos pasados que quedaron sin encontrar solución)
-Mucho enojo o tensión (estos sentimientos no nos dejan pensar ni expresarnos correctamente, mejor es calmarse, tomar aire o un té y volver a empezar)
-Experiencias pasadas dolorosas que tienen que ver con la comunicación (un colega del instituto que se burlaba, un padre autoritario que no permitía a sus hijos hablar en la mesa, etc)
-Falso orgullo (esa idea de que no podemos pedir perdón porque quedamos expuestos o vulnerables)
-Falta de claridad sobre nuestros sentimientos, deseos o pensamientos (es imposible expresarse bien si ni nosotros sabemos lo que queremos)
-Miedo a exponerse (puede deberse a algún trauma de la infancia o a un pre concepto social, del tipo esposo-esposa, jefe-empleado, padre-hijo)
-Pensar que no vale la pena (cuando damos por “perdida” una batalla, es más probable que terminemos consiguiendo ese resultado).