Involucra el corazón en tus decisiones
Desde que el racionalismo se impuso en Occidente, nos hemos acostumbrado a ver el mundo en pares opuestos. La mente o el cuerpo, como si fueran realidades separadas. El individuo o el medio, como si no formaran parte de la misma realidad. Y, una de las más frecuentes, el corazón contra la razón, como si se tratara de ámbitos excluyentes.
Desde la aparición de la ciencia se ha producido una notable sobrevaloración de la razón y un cierto desprecio por el mundo emocional. Aunque no haya ninguna norma establecida al respecto, parecería que “actuar con base en la razón” tiene un estatus superior a hacerlo “con el corazón”.
Es verdad que se trata de dos dimensiones diferenciadas (emoción y pensamiento). Lo que no es cierto es que se excluyan mutuamente, ni que debas elegir entre actuar con base en razonamientos fríos o emociones a flor de piel.
Razón y corazón
Pongámonos primero de acuerdo en algo:
las emociones moldean el pensamiento y el pensamiento influye sobre las emociones. Ambas realidades tienen lugar en el cerebro y es virtualmente imposible separarlas del todo, por lo menos en un cerebro normal.
Por supuesto,
hay niveles de pensamiento más desarrollados que generalmente se asocian a emociones también más evolucionadas, y viceversa. Ahora la pregunta es ¿cómo opera todo esto a la hora de tomar una decisión?
Si estás enamorado, por ejemplo, es claro que las emociones van a tomar un papel protagonista. El área del cerebro que las controla se halla fuertemente estimulada en esa circunstancia, y la intensidad de lo que sientes se impone sobre la calidad de lo que piensas. En ese caso, tus decisiones estarán fuertemente definidas por tus emociones, más que por tu pensamiento.
En otro tipo de situaciones, por más frialdad que tengas, o creas tener,
siempre habrá un componente emocional que determina tus acciones y decisiones. Incluso cuando haces una operación matemática, tu buena o mala disposición influirá en el camino hasta encontrar la respuesta correcta.
De la misma manera,
por más afectado emocionalmente que te encuentres, siempre llevarás a cabo alguna suerte de cálculo para actuar. Tu pensamiento nunca te abandona. Tus emociones tampoco. De ahí que resulte claro que la razón y el corazón son un matrimonio indisoluble.
Decisiones de la mente y del alma
Está muy popularizada la
idea de que cuantas mayores dosis de racionalidad involucremos en una decisión, mejor será la calidad de la misma. Si lo miras en detalle, te das cuenta de que eso no es siempre cierto.
El pensamiento te ayuda a elaborar una evaluación de costos y beneficios en cada decisión, pero por más que el resultado sea “correcto” en términos racionales, no siempre es lo mejor para ti o para quienes te rodean.
Si te ofrecen un trabajo, por ejemplo, y examinas solamente los factores “racionales”, como ganancias, horario y posibilidades de ascenso, puedes llegar a una decisión adecuada desde el punto de vista práctico. Pero no necesariamente es lo mejor para ti.
Tal vez se trata de una actividad por la que no sientes ningún interés. O puede implicarte que debas soportar un equipo de compañeros con el que te sientes incómodo. O tolerar un jefe intolerable. Finalmente el costo de la decisión puede ser demasiado alto para ti.
De ahí que
no debemos ser tan esquemáticos con aquello de la razón y el corazón. Éste último es fuente de la intuición, la cual se convierte en una verdadera brújula cuando el panorama no es muy claro. La razón, finalmente, es una valiosa herramienta que el corazón debe aprender a utilizar.