Cuando llega el mes de mayo Córdoba se convierte en una ciudad festiva que, antes de entregarse al ritual multitudinario de la feria, invita a esa otra celebración, más íntima y recogida, que se multiplica en sus cruces y patios. Y es en esos rincones de la geografía urbana, en esos oasis que se esconden en la trama de la Judería, la Axerquía o el Alcázar Viejo, donde la vieja Córdoba morisca nos enseña algunas de sus muchas virtudes, las que han sobrevivido al paso de los siglos y al descrédito de algunos ignorantes. Sobre este legado, del que aún podemos disfrutar paseando una noche de primavera por Córdoba,
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