¿Sigues el modelo de paternidad de tus padres?
Probablemente te ha sucedido más de una vez, que de repente salen de tu boca palabras que no suenan en absoluto a ti. “¿De dónde ha salido eso?”, te preguntas. Y pronto caes en la cuenta de que esas son las palabras que hubieran pronunciado tu madre o tu padre.
Para bien o para mal, muchos de los rasgos de nuestros padres viven en nosotros, tanto aquellos rasgos positivos que admirábamos, como también aquellos que nos pueden haber causado temor, dolor y frustración. Esto sucede particularmente en momentos de estrés que, de algún modo, nos retrotraen al pasado y accionan viejos disparadores.
Obviamente, cuando somos padres nos enfrentamos mucho más frecuentemente a escenarios que son reminiscencias de nuestra infancia. Probablemente no recordemos cómo nuestra madre se burlaba de nosotros cuando lloriqueábamos por algún deseo insatisfecho o por un simple capricho, hasta que nos encontramos a nosotros mismos respondiendo en forma sarcástica cuando nuestro propio hijo actúa de tal forma.
Lo bueno es que, si logramos identificar estos comportamientos en nosotros e identificamos de dónde provienen, podemos diferenciarnos de la programación negativa de nuestro pasado, transformando nuestra conducta. Podemos, efectivamente, ser los padres que queremos ser y, no necesariamente, seguir el modelo de paternidad bajo el cual fuimos criados. Para ello, hay que observar ciertos pasos que nos permitirán completar el proceso de diferenciación.
Primer paso: observar nuestras propias reacciones
Intenta detectar en la interacción con tus hijos aquellas acciones que no parecen responder a tu carácter, o bien que no representan aquello que tú quieres ser. ¿Hay situaciones o comportamientos que disparen esas reacciones que no deseas? Piensa en las diferentes circunstancias y escenarios que conducen a interacciones negativas entre tus hijos y tú. Trata de identificar un patrón. ¿Sus berrinches te hacen perder el control? ¿Ayudar a tu hijo con las tareas te produce impaciencia o frustración?
Segundo paso: pregúntate si estás proyectando o reviviendo dinámicas de tu propia infancia
Hallar la respuesta a esta pregunta implica volverte consciente de cómo has sido criada/o. ¿Tus padres perdían el control cuando tú tenías un quiebre emocional? ¿Eran impacientes al momento de ayudarte con las tareas escolares? ¿Te presionaban? A medida que logres reconstruir tu propia historia, podrás entender tus acciones y reacciones presentes y, a partir de ello, decidir conscientemente cómo proceder en el futuro.
Tercer paso: Reconoce y acepta que tus padres eran seres imperfectos y diferénciate de ellos en aquellas cosas que no deseas para ti
Revivir nuestro pasado puede ser muy duro, ya que es posible que emerjan algunos recuerdos tristes y dolorosos. Darnos cuenta de que nuestros padres eran, como humanos, seres imperfectos, suele ser difícil de aceptar. De hecho, muchas veces internalizamos como propias muchas actitudes críticas suyas. Esto se conoce como ¨voz crítica interna¨. Puede resultar amenazante separarnos internamente de aquellos en quienes, en su momento, confiamos nuestro cuidado y seguridad. Sin embargo, teniendo compasión por los niños que fuimos, podemos extender este sentimiento a nuestros hijos, y diferenciarnos de nuestros padres en aquellas actitudes negativas y manteniendo las virtudes que admirábamos.
Si logramos vincular nuestro pasado con nuestras conductas actuales, nos veremos fortalecidos en nuestros intentos de mejorar aquellas reacciones negativas o perjudiciales que tenemos hacia nuestros hijos. Una vez que logremos reconocer que no somos nuestros padres y que nuestros hijos no son los niños que fuimos, podremos alejarnos de los padres que no deseamos ser, para transformarnos en aquellos que nuestros hijos, algún día, puedan recordar de la mejor manera posible.
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