Como el hambre emocional devora el amor
¿Recuerdas la última vez que sentiste hambre? Me refiero a hambre de verdad. Esa hambre que nos aguijonea y nos urge a satisfacerla a como dé lugar. Pues, curiosamente, a nivel psicológico ocurre algo análogo cuando las personas han sido privadas de amor en la infancia. El problema es que la “comida”, en este caso, son personas desafortunadas que son “devoradas” emocionalmente por los hambrientos emocionales.
En nombre del amor
Sin ninguna duda, recibir amor es esencial para el bienestar y la salud emocional, especialmente para un niño. La falta de amor durante la infancia es gravísima, ya que esto altera profundamente el equilibrio psicológico. Así, al llegar a la adultez, esa persona actuará movida por la carencia y tratará desesperadamente de satisfacerla a través de relaciones dependientes, invasivas e inmaduras.
El detalle de importancia es que este modo de actuar no es consciente. El individuo en cuestión simplemente cree que está dando amor. La persona solo sabe que necesita estar cerca, muy cerca del otro; pero tan cerca, que invade su privacidad, se entromete en todos sus asuntos y traspasa sus límites personales, tanto físicos como emocionales. ¿Resultado? Esto deja al otro traumatizado y humillado.
Padres devoradores
Si para un adulto es suficientemente traumático ser víctima de un hambriento emocional, el caso es mucho más grave cuando un niño está bajo el cuidado de este tipo de adultos. Los niños son extremadamente vulnerables, porque aún no han desarrollado los recursos emocionales e intelectuales que les permiten protegerse y alejarse del daño emocional.
Las conductas que tienen este tipo de padres hacia sus hijos son:
• Sobreprotección
• Intromisión constante en sus asuntos personales
• Preocupación excesiva por su salud
• Contacto físico excesivo y permanente
• Aislamiento social
Es claro que aspectos como la protección, el cuidado, etc. son indispensables, pero en su justa medida. De hecho, las conductas mencionadas anteriormente producen efectos devastadores en el normal desenvolvimiento del niño. Lamentablemente, los pequeños se vuelven ansiosos y dependientes, ya que están habituados a ser controlados e invadidos. Emocionalmente, pueden ser o bien explosivos, o bien inexpresivos. Además, su autoestima es baja porque no son tratados con dignidad ni respeto, y por eso creen que los demás tienen derecho a traspasar sus límites.
En el futuro, estos niños pueden encontrar serios problemas para funcionar en la sociedad como adultos, tanto profesional como emocionalmente. Sus ansiedades, inseguridades y falta de recursos emocionales y sociales los pondrá en franca desventaja frente al desafiante mundo exterior.
Amor verdadero
El amor verdadero es muy diferente. En vez de ser devorador y devastador como un incendio, es nutritivo y constructivo. Los padres emocionalmente sanos, al no estar centrados en su carencia emocional, son sensibles a las necesidades del niño y se sintonizan con ellas. En consecuencia, el niño crecerá seguro de sí mismo, alegre e independiente. Un padre que es capaz de dar “amor sano y maduro” se puede reconocer por estas características:
• Es compasivo consigo mismo y con el niño
• Mantiene una sana distancia y está consciente de los límites entre ambos
• Trata al niño con respeto y no es abusivo ni sobreprotector
• Permite que el niño viva sus propias experiencias, con supervisión de acuerdo a su edad
• La comunicación es fluida, espontánea y natural
Una vez adulto, ese niño será capaz de tener relaciones armoniosas e intimidad, y estará equipado con los recursos emocionales y sociales necesarios para desarrollar su potencial en las distintas áreas de su vida.
Aunque es muy doloroso enfrentar el propio vacío afectivo, esto es preferible a causar daños irreparables a seres inocentes como son los niños. Es necesario ver hacia adentro y asumir la responsabilidad por las propias carencias. Al fin de cuentas, como humanos que somos, todos -en menor o mayor medida- estamos heridos y necesitamos sanar distintos aspectos de nosotros mismos.
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