La genialidad de los genios
La figura del genio es hija de la época del Romanticismo. Antes se hablaba de sabios, eruditos o artistas con grandes destrezas. No se dudaba de que los impresionantes atributos de estos personajes eran fruto de la disciplina y de una dedicación a toda prueba. De hecho, lo más admirable para los griegos, por ejemplo, era la perseverancia en los métodos por alcanzar la perfección en algún área.
Con los postulados del Romanticismo apareció el “genio” como un ser dotado más que cualquier otro ser humano, por unas fuerzas indefinibles. Sus habilidades se consideraron “dones” y en esa medida se inscribieron en el mundo de lo mágico.
Del genio a la medición de la genialidad
Con el desarrollo de las ciencias surgieron nuevas respuestas frente a los talentos excepcionales de algunas personas. Particularmente
cobró importancia el concepto de inteligencia, antes que el de sabiduría, y el cerebro comenzó a ser objeto de incisivos estudios.
Para desentrañar las razones por las que unos eran significativamente más “inteligentes” que otros, se elaboró una explicación genética y varias hipótesis de psicología evolutiva y de pedagogía.
La modernidad trajo consigo también
un afán por definir todas las realidades en términos precisos y, ojalá, numéricos o estadísticos. Apareció entonces el concepto de “cociente intelectual” como una herramienta para tratar de medir qué tan inteligentes somos las personas. Se trata de pruebas estandarizadas que se aplican a los sujetos, con independencia del contexto en el que se desenvuelvan.
El test mide los factores que se consideran típicos de la inteligencia: razonamiento, asociación, resolución de problemas y abstracción, entre otros.
A partir de la introducción del Cociente Intelectual, conocido también como CI o IQ,
los “genios” no se revelan por sus creaciones, sus acciones o sus contribuciones, sino por su puntaje en el test. Esto ha suscitado grandes polémicas. Mientras muchos defienden este sistema por considerarlo objetivo y estructural, otros estiman que se trata de una prueba sesgada que solamente refleja lo que los examinadores quieren ver.
El mito
La principal crítica frente al test que determina el Cociente Intelectual es su descontextualización. La edad, el estado de ánimo, la cultura, la presencia o ausencia de conocimientos previos, y un largo etcétera, son factores que pueden alterar la medición. Si una persona está angustiada ¿responderá con igual precisión que alguien que está completamente tranquilo?
Para muchos, también resulta absurdo que un concepto tan amplio como el de inteligencia, que comprende múltiples habilidades e intensidades variables, pueda disecarse en una prueba que dura cincuenta minutos.
Además,
el concepto de CI por sí solo tiene una esencia excluyente. ¿Es más inteligente el nativo que maneja a la perfección un medio silvícola o un estudiante universitario que está familiarizado con las pruebas en forma de test? ¿Cómo explicar que, por ejemplo, Steve Jobs haya sido llamado un genio de la informática y a la vez hubiese tomado la decisión inicial de tratar su cáncer a través de curanderos y videntes de dudosa reputación?
A todo esto se añade el hecho de que
ahora se habla de inteligencias múltiples, superando la idea de que lo intelectual se reduce a solamente unas cuantas habilidades cognitivas.
Pese a todos estos reparos,
en muchos lugares del mundo siguen aplicándose los test de Cociente Intelectual y se valoran sus resultados como una prueba del grado de inteligencia de una persona. Quizás sea más bien una prueba de la falta de información de quienes siguen obsesionados con el mito de los genios.