El disfraz que nos terminamos creyendo
Nos empeñamos en buscar a Wally, camuflado entre la gente, pero ¿Qué pasa con Wally? ¿Él sabe quién es y donde se encuentra? Posiblemente no. Puede que bajo su jersey de rayas y sus peculiares complementos sólo intente desconcertarse a sí mismo y a quienes le reclaman, mientras encuentra su escondite vital. Porque al igual que Wally, nosotros también nos disfrazamos con una coraza que hacemos definitoria de nuestra persona y, del mismo modo, necesitamos un refugio en donde poder ser nosotros mismos. Y, como en la vida misma, que te encuentren es muy fácil.
Lo complicado es encontrarse a uno mismo, o hacerlo sin antes perderse entre páginas y páginas de momentos coleccionables. Y es que a veces caminamos por instinto y olvidamos hacia donde queremos dirigirnos, o sabemos perfectamente cuál es nuestra meta y nos perdemos en el proceso. Pero perderse puede ser una experiencia única si dejamos de lado la parte traumática y aprovechamos el momento para hacer de nuestra persona un abanico de posibilidades.
Si dejamos de abrirle la puerta a cosas innecesarias y empezamos a quitarnos las zancadillas que nos empeñamos en ponernos cada vez que se difuminan los límites.
Las transiciones vitales son inevitables. Pero además están las crisis existenciales. ¿Quien soy realmente?.¿Qué quiero hacer de mi vida? ¿Qué me depara el destino?. Las respuestas debemos buscarlas dentro de nosotros. Pero a veces ni siquiera hacemos las preguntas correctas, o no tenemos el valor de plantearnoslas. Y es que las crisis las tienen los valientes. Los que escuchan sus pensamientos y se dan la oportunidad de desviarse para encontrar su sitio. Y de ellas sólo puede salir crecimiento, aunque el principio cause desconcierto y malestar. Porque las soluciones sólo surgen cuando hay problemas. Y los descubrimientos se dan cuando vamos más allá. Más allá de nosotros mismos.
Posiblemente tardemos en encontrarnos toda una vida. En cada peldaño que subamos seguiremos queriendo aspirar a más. Seguiremos queriendo cambiar cosas, dejar de lado otras e intentar aquellas que no nos hemos permitido antes. Siempre viendo hacia el mañana, con propósitos futuros. Y nos olvidamos de dedicar tiempo a conocer más profundamente a nuestro compañero de fatiga. Nuestro más íntimo yo. Qué expresa cuando se apagan los focos, qué se empeña en hacernos llegar a las entrañas cuando queremos silenciar nuestra rutina. Tenemos toda una vida para conocernos. Y qué insuficiente se hace.
Quizás si empezamos hoy a intentar reconocernos cada vez que nos vemos en un espejo podremos identificarnos con cada logro y empujarnos para continuar tras cada fracaso. Quizás si empezamos a quitar esa coraza que nos impide ser naturales podremos llegar a conectar con facetas a las que nunca antes le habíamos dado cabida. Y entonces igual si. Entonces igual podremos dejarnos de plantillas y escribir nuestra propia historia. Porque aunque tengamos que tachar y emborronar algunas líneas, esconder entre paréntesis lo superfluo y empeñarnos en escribir mayúsculas como forma de empezar tras un punto mental, será nuestra y nunca podremos reprocharnos el no haberla escrito con el argumento que nos hacia felices.
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