La sutil trampa de la falsa modestia
¿No es curioso cómo los seres humanos somos especialistas en retorcer las cosas? Basta con saber que siendo modestos vamos a recibir aprobación social, para que la finjamos, aunque por dentro nos desesperemos por gritar a los cuatro vientos lo buenos y maravillosos que somos. Digo que es retorcido porque, generalmente, lo que nos mueve a la falsa modestia es el orgullo, que es precisamente lo contrario a la modestia… Interesante, ¿no?
¿Verdadera o falsa?
La modestia, en el sentido en el que la usamos aquí, es falta de engreimiento, de orgullo o de vanidad. La modestia sincera surge al entender que en realidad, todos estamos en el mismo plano, porque no somos más que humanos con fortalezas y debilidades, y si bien podemos destacar en algunas cosas, fallamos en otras.
Me viene a la mente el triste e impactante suicidio del famoso actor Robin Williams; una persona tan talentosa, con fama, dinero, una hermosa familia… Aparentemente lo tenía todo, pero en su fuero íntimo estaba atormentado por la depresión y diversas adicciones, al grado de la más oscura desesperación. ¿Quién lo iba a decir?
Así que no nos engañemos: nadie está exento de la frágil condición humana. Por eso, no tiene sentido alardear de nada, sino ayudarnos unos a otros porque, sin duda alguna, muchas veces necesitaremos que nos den una mano.
¿Dónde está el equilibrio?
Nada tiene de malo reconocer ante nosotros mismos y ante los demás nuestros logros y fortalezas. De lo contrario, nuestra autoestima se vería lesionada y podríamos caer en la peligrosa depresión. La clave está en estar constantemente alertas de lo que ocurre dentro de nosotros. Siguiendo el hilo de nuestros pensamientos y emociones, podremos detectar las desviaciones que nos llevan a caer en la falsa modestia.
Esto lo ilustra de manera interesante C.S. Lewis en las “Cartas del diablo a su sobrino”, donde el maléfico ser le enseña a su sobrino cómo inducir a los incautos humanos hacia la falsa modestia:
"Todas las virtudes son menos formidables para nosotros una vez que el hombre es consciente de que las tiene, pero esto es particularmente cierto de la humildad. Cógele en el momento en que sea realmente pobre de espíritu, y métele de contrabando en la cabeza la gratificadora reflexión: "¡Caramba, estoy siendo humilde!", y casi inmediatamente el orgullo –orgullo de su humildad– aparecerá."
Así, en este diálogo, el diablo intenta hábilmente endiosarnos porque somos “buenos”, pero la trampa está en que, al endiosarnos, dejamos de serlo. Así, pues, la luz de la conciencia es la que nos puede guiar a través de los oscuros vericuetos de la mente, si queremos ser auténticos y no tener dobleces.
Aunque quizás la modestia no sea la virtud más popular en esta cultura tan competitiva en que nos toca vivir, la genuina modestia no solo es grata para los demás, sino más importante aún, nos produce paz interna, porque implica que nos aceptamos tal como somos, con nuestros defectos y virtudes… y siendo así, ¿Para qué necesitamos que los demás piensen que somos modestos?
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