¿Sabes qué es el síndrome del experto y cómo puedes evitarlo?
Paula le cuenta a Sofía que su relación de pareja cada vez se deteriora más, que en su trabajo no se encuentra a gusto y que su familia requiere más atención de la que ella puede darles. Sofía asiente sin cesar mientras mira a unos niños jugando en el parque y le responde “Paula, a veces la vida no es como la esperamos, tienes que ser fuerte y no te tienes que amargar. Yo cuando estaba mal cogía y me iba al parque a pasear. Y mírame ahora, estoy tan feliz con todo…”
¿Crees que las palabras de Sofía ayudarán a Paula a sentirse mejor?
Es probable que no. A menudo caemos en el error de dar nuestra opinión de algo cuando realmente la otra persona sólo necesita ser escuchada. Zenón de Elea decía que “si la naturaleza nos dio dos ojos, dos oídos y una sola boca, es para vernos y oírnos el doble de lo que hablamos”. En algún momento hemos podido oír ese tipo de consejos o incluso nosotros mismos los hemos dado. ¿Son adecuados o útiles? A veces incluso pueden resultar irritantes e insultantes.
Esta tendencia a predicar es lo que llamamos “el síndrome del experto”. Obviamente no es algo patológico sino una forma de denominar este comportamiento tan habitual. Con frecuencia tendemos a manifestar remedios infalibles y a elaborar reflexiones transcendentales que nos han servido para superar la adversidad en un momento dado. Lo normal es que, con este comportamiento, queramos hacer bien a la otra persona; no obstante hay personas que se comportan de este modo para quitarse “el muerto de en medio”, para quedar por encima o para hacer alarde de la capacidad para resolver los problemas propios. En todos los casos podemos reeducar esta mala costumbre para comunicarnos de forma más eficaz.
Oír con paciencia es mejor caridad que dar. Para ello es necesario que seamos conscientes de los errores que cometemos a la hora de escuchar:
-Evita la ansiedad y espera pacientemente a que la otra persona acabe de exponer sus problemas.
-Elimina la tendencia a juzgar desde tu perspectiva la vida de los demás. No cuentes tu historia cuando el otro necesite hablarte.
-No es adecuado interrumpir el discurso de la otra persona pero puedes (y es aconsejable) ofrecer algún tipo de incentivo para que la otra persona siga hablando (por ejemplo: ya veo, uhmm, tienes razón)
-No te distraigas. En el ejemplo del comienzo Sofía se mostraba distraída y miraba a los niños del parque mientras Paula hablaba. Esto transmite a la otra persona falta de interés.
-No respondas de forma superficial. A veces sólo necesitamos ser escuchados y comprendidos, no buscamos un consejo sino un desahogo. Es un error ofrecer ayuda o soluciones prematuras.
-No contraargumentes. Hay personas a las que, según les hablas, están constantemente intentando rebatir lo que dices. La intención puede ser buena pero dificulta la comunicación. Si en algún momento te sientes tentado a hacerlo, evítalo. (Por ejemplo elimina preguntas como: ¿y por qué no?)
-Permite la expresión emocional como llorar o mantener silencios y no te dejes llevar por la ansiedad de controlarlo. Es natural y transmite confianza y conexión.
-Obviamente, la conversación no finaliza cuando la otra persona termina su discurso. Es bueno resumir lo hablado haciendo hincapié en lo más importante para transmitir que hemos comprendido lo que nos transmite.
-La comunicación no verbal es imprescindible: dirige tu cuerpo y tu mirada hacia la persona con la que conversas y hazle saber con tus gestos que tienes disposición para escucharle y que te interesa lo que está contándote.
La capacidad de escuchar de forma activa es una destreza que puede aprenderse y enseñarse. Escuchar activamente significa atender a lo que la otra persona dice siendo empáticos, es decir, poniéndonos en su lugar.