Malala, la niña que plantó cara a los talibanes
Malala Yousazfai ha recibido el premio Nobel de la Paz (2014) con tan sólo 17 años. Malala es una joven musulmana y pakistaní cuyo nombre significa “penetrada por el dolor y la tristeza”, aunque, por el contrario, Malala irradia paz, compromiso y equilibrio. De ella destaca que, desde muy joven, empezó a luchar heroicamente por su educación, un derecho y un deseo en un mismo compromiso: ambos anhelados por miles de mujeres en su país.
Cuando, en 2009, el Ejército Pakistaní echó a los talibanes del valle de Swat, lugar donde vivía Malala, comenzaron a cobrar protagonismo sus intervenciones: se supo que era la autora (bajo el pseudónimo de Gul Makai) de un blog para la BBC en el que se relataba angustiosamente cómo era la vida bajo el yugo de los extremistas: miedo en las calles, ahorcamientos, bombas... Malala comenzó a pelear por la igualdad, la paz y la educación. Tres pilares básicos que los talibanes destruyeron prohibiendo a las mujeres ir a la escuela, derribando más de 400 escuelas y sometiendo a la población a sus aberraciones. Eliminando de golpe y porrazo su libertad.
Malala es la historia de la valentía, la historia del poder, de la justicia. Malala es el reflejo del empoderamiento de la mujer. En su lucha por los derechos de todo ser humano (y en especial del género femenino) tiene claro que debe comenzar por los cimientos: conseguir una educación en igualdad de condiciones para tener las mismas oportunidades, pues sólo la educación permite que puedas ser quien realmente quieres ser.
Cuando Malala cuenta su historia suele decir que ante tal panorama tenía dos opciones: esperar y que la mataran o luchar y que la mataran. Entonces escogió la segunda opción, con todo lo que para ella y su entorno conllevaba. “Hay que morir alguna vez en la vida”, dice. Y, un mal día, su vida peligró. Un grupo de talibanes abordó su autobús escolar y disparó numerosas balas que impactaron en su cráneo y en su cuello e hirieron a sus compañeras. Malala sobrevivió. Juraron que volverían a intentar matarla pero, aunque Malala vive en una amenaza constante y no puede volver a su país, lejos de acabar con ella han insuflado fuerza a su causa. Y a su causa nos hemos unido millones de personas.
Así es que, dos años después del atentado, han otorgado a Malala el premio Nobel de la Paz 2014 por su labor por conseguir la igualdad de género, la paz y la educación. Continúa su lucha llevando su mensaje a todos los rincones del mundo, escribiendo libros como “Yo soy Malala” versionado para adultos y para niños. Un libro que está prohibido en su país alegando que tras nombrar al profeta Mahoma, no añade la expresión “que la paz sea con él” tal y cómo deben hacer los buenos musulmanes; alegación que no simboliza sino el miedo a las represalias y la coacción a la que están sometidos en este país, la pereza de los poderosos para cambiar una situación de pobreza y destrucción y la envidia de otros tantos.
No es fácil escribir sobre Malala, no existen palabras para describir su aura. Malala es una niña maravillosa. Su historia eriza la piel e ilumina el corazón. Malala es una campaña mundial y una asignatura pendiente. Malala emociona porque es la personificación de la lucha por la justicia.
Tal y como el psicólogo americano Brehm propuso, la amenaza o pérdida real de alguna libertad provoca en la persona un estado de motivación para restablecer la libertad perdida o amenazada. Malala nos habla precisamente de esto. Para ella la escuela era un diamante arrebatado de sus manos y de las manos del resto de “malalas” de su país y esto la impulsó a actuar con todos los recursos a su alcance.
Suele ser común a nuestro alrededor encontrarnos casos de niños que no quieren ir a la escuela o personas a las que no les apetece ir a trabajar. En países como Pakistán las niñas no pueden ir a la escuela ni las mujeres pueden ir a trabajar, son derechos prohibidos. Al parecer, según apoyan estudios como el de Worchel y Arnold (1973), esto sucede en nuestro entorno porque no están amenazados nuestros derechos. Es de esperar, por tanto, que quien ve amenazada su libertad ponga todo su empeño y se implique con su causa poniendo en jaque a quien las limita y llevando a cabo todo tipo de comportamientos que le permitan ser libre. Pero hay entornos que ahogan y matan las intenciones, lo cual no ocurrió con Malala.
Hay quien dice que para cambiar el mundo primero debes dar tres vueltas por tu casa. Malala es la voz del reflejo de su familia, de la cual tiene un apoyo incondicional. Su madre, un ejemplo y el combustible de su objetivo. Su padre y ella son, como ellos dicen, un mismo alma en diferentes cuerpos. Juntos luchan por la igualdad empezando desde el hogar. Y este mérito se debe otorgar en gran parte a su familia al completo porque sin su apoyo esta empresa hubiese resultado imposible.
Los radicales islámicos no pueden con Malala y la fuerza que la acompaña porque somos muchos, somos millones. Malala no puede volver a su país pero ella lucha cada día concienciándome a mí, a ustedes y a los gobernantes de todo el mundo. Es el símbolo de una revolución pacífica. Es Gandhi, es Nelson Mandela, es Martin Luther King...
Malala pertenece al efecto “Yes, we can” o “Sí, nosotros podemos” que tan arraigado está en nuestras mentes. Un fenómeno que demuestra que somos gente luchadora, que en el mundo sólo hay un puñado de personas malas y que pelearemos contra el racismo, la guerra, la desigualdad y la injusticia.
En la misma semana en la que se conmemora el Día Internacional de la Niña (11 de Octubre) hemos conocido que se le ha concedido a Malala el premio Nobel de la Paz. Por eso hemos querido rendirte este homenaje, Malala. Por eso, Malala, sigue tu camino, no ceses en esta lucha porque es la lucha de todos. Estamos comprometidos contigo, con tus hermanos, con tu país y con el mundo. Porque el pueblo unido jamás podrá ser vencido.
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