Himno a la inmortalidad
¡Salve llama creadora del mundo, Lengua ardiente de eterno saber, Pero germen, principio fecundo Que encadenas la muerte a tus pies!
Tú la hoguera del sol alimentas, Tú revistes los cielos de azul, Tú la luna en las sombras de argentas, Tú coronas la aurora de luz.
Gratos ecos al bosque sombrío, Verde pompa a los árboles das, Melancólica música al río, Ronco grito a las olas del mar.
Tú el aroma en las flores exhalas, En los valles suspiras de amor, Tú murmuras del aura en las alas, En el Bóreas retumba tu voz.
Tú derramas el oro en la tierra En arroyos de hirviente metal; Tú abrillantas la perla que encierra En su abismo profundo la mar.
Tú eres pura simiente de vida, Manantial sempiterno del bien; Luz del mismo Hacedor desprendida, Juventud y hermosura es tu ser.
Tú eres fuerza secreta que el mundo En sus ejes impulsa a rodar, Sentimiento armonioso y profundo De los orbes que anima tu faz.
De tus obras los siglos que vuelan Incansables artífices son, Del espíritu ardiente cincelan Y embellecen la estrecha prisión.
Tú en violento, veloz torbellino, Los empujas enérgica, y van; Y adelante en tu raudo camino A otros siglos ordenas llegar.
Hombre débil, levanta la frente, Pon tu labio en su eterno raudal; Tú serás como el sol en Oriente, Tú serás, como el mundo, inmortal.
De José Espronceda
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