¿Cómo afecta el estrés a nuestro sistema inmune?
Para contestar a esta pregunta, primero deberíamos definir el estrés. Todos tenemos más o menos una idea de estrés en nuestra cabeza ya que lo hemos sentido en algún momento de nuestra vida, hemos leído sobre el tema en alguna ocasión o hemos participado en una conversación en la que se hablaba de él.
Pero el estrés es algo muy subjetivo. No todo el mundo se estresa por las mismas cosas, dependerá de la manera en qué tu percibas la situación, de tus creencias, y de los recursos de afrontamiento de los que dispones; aunque hay ciertas circunstancias que son realmente estresantes para casi cualquier persona (pérdida de empleo, duelo, divorcio…) y son más difíciles de gestionar.
Así, el estrés puede definirse como la respuesta de adaptación del organismo al medio en el que se encuentra. El entorno nos demanda una serie de recursos para poder adaptarnos a él y eso generará la respuesta de estrés en nuestro organismo.
Como hemos comentado anteriormente, el estrés suele ser algo subjetivo. Hay personas que se estresan porque ha muerto su marido o su pareja y personas que lo hacen porque se están quedando calvos. Dependerá de tu interpretación y esto se llama “estimación del estrés”.
¡Cuidado!
El estrés nos ayuda a adaptarnos a los cambios, pero cuando es excesivo y continuado puede facilitar o predisponer la aparición de ciertas enfermedades -desde un resfriado común hasta un tumor-, ya que influye de manera negativa en nuestro sistema inmunológico; sistema que se encarga de defender a nuestro organismo de agentes patógenos y enfermedades.
¿Cómo se produce esta relación entre mente-cuerpo?
En primer lugar, el cerebro interpreta una situación del exterior como estresante. El hipotálamo, estructura cerebral encargada de coordinar conductas relacionadas con la supervivencia, envía señales eléctricas a la glándula pituitaria y esta, a su vez, envía la hormona ACTH a las glándulas suprarrenales donde es liberado el cortisol y la adrenalina.
Niveles altos de cortisol en sangre provocan una serie de cambios en los leucocitos, encargados de luchar contra enfermedades potenciales. Por otro lado, el cortisol puede frenar la producción y acción de las citoquinas, encargadas de iniciar la respuesta inmunológica.
El cortisol también ayuda a iniciar las conductas de huída ante una situación peligrosa. Por otro lado, la adrenalina se encarga de la respuesta de alerta, genera energía por si fuese necesario escapar o luchar y aumenta el ritmo cardíaco.
Como puedes ver, la conexión mente-cuerpo es clara. El estrés percibido activa al sistema nervioso y este a su vez influye sobre el sistema inmune a través de la producción de hormonas y neurotransmisores. Las células del sistema inmunológico poseen receptores para estas hormonas lo que implica la modulación del sistema inmune.
A pesar de la relación existente entre el sistema nervioso, el endocrino y el inmune, la personalidad juega un papel importante en la alteración del sistema inmune, ya que las personas estresadas son más proclives a llevar a cabo conductas de riesgo como: fumar o consumir otras drogas, tener un sueño de peor calidad, una alimentación más baja en nutrientes esenciales…
La personalidad tipo A, por ejemplo, es más vulnerable a las enfermedades coronarias debido a su especial forma de “tomárselo todo a pecho”. Cuanto más estable y estructurada sea la personalidad del individuo, menor riesgo de contraer enfermedades tendrá. El apoyo social y familiar también influye, pues ayuda a afrontar de manera más adaptativa las situaciones estresantes.
Evidentemente, esto no es una regla matemática y no debemos tomárnoslo así.
Hay personas que tienen una forma de ser muy estable, que cuidan su alimentación, que no se estresan fácilmente, que no fuman ni beben y sin embargo caen enfermos. Y también existe el ejemplo contrario, personas muy estresadas o aceleradas, que han fumado toda la vida, que nunca han cuidado la dieta ni han hecho deporte y están sanos como una pera.
Aquí hablamos de factores de riesgo o factores predisponentes que pueden afectar a nuestro sistema inmune y el estrés es uno de ellos.
¿Por qué no tomar medidas entonces para prevenir?
A continuación te contamos algunas:
- Empieza modificando tu forma de pensar errónea. Recuerda que tu interpretación de las cosas es un filtro. Si decides pasarlo muy mal, lo pasarás fatal. Si decides que algo te va a afectar pero solo hasta cierto punto, también lo conseguirás si decides ponerte a trabajar tus pensamientos.
– Practica alguna técnica de relajación como la basada en la respiración diafragmática, el mindfulness o la relajación progresiva de Jacobson.
– Haz deporte, conoce gente nueva y haz amistades, practica cosas que te gustan y hacen que “desconectes”.
– No empieces una cosa hasta que no termines otra. Aprende a priorizar y a organizar tu tiempo. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, pero tampoco hagas hoy todo lo que sí se puede dejar para mañana. Si hay cosas que no son ni urgentes ni importantes, pueden esperar.
– No seas tan exigente contigo mismo. Querer conseguir en todo momento la perfección no te llevará a ella, más bien te bloqueará y encima te frustrarás. Pon lo mejor de ti en cada cosa que hagas pero no intentes dar más de lo que no puedes dar. No se trata de hacer algo perfecto, si no de simplemente hacerlo.
-Delega en los demás algunas tareas. No puedes hacerlo todo tú solo.
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