Mejor Imposible
“Puede que yo sea la única persona sobre la faz de la tierra, que sepa que eres la mujer mas fantástica de la tierra, puede que yo sea el único que aprecie lo asombrosa que eres en cada una de las cosas que haces, y en como eres con Spencer, Spence, y en cada uno de los pensamientos que tienes, y en como dices lo que quieres decir y en como casi…”
Melvin Duvall es un escritor maniático y obsesivo. Su mal humor y su irascible carácter le aíslan del mundo exterior, al que desprecia y por el que se apabulla al mismo tiempo.
Todos sus planes, sujetos a la más inamovible de las rutinas, son alterados por su vecino, un joven actor que necesita su ayuda tras una brutal paliza. Para su sorpresa, el amor y la amistad se cruzarán en su camino.
¿Cómo abordar un trastorno desde la comedia y la esperanza?
Mejor… Imposible fue una acertada y próspera comedia que supo trazar extraordinarios personajes apoyados en unos diálogos maravillosos. No cabe duda de que el perfil del protagonista, encarnado por Jack Nicholson, es toda una mina de gags que no hacen sino cumplir la misión de una comedia: hacer reír al público.
El aspecto cómico de Duvall está enmascarado por un asunto menos serio: el Trastorno Obsesivo Compulsivo. El escritor somete su vida, su actividad diaria, a innumerables ritos que le convierten en su propio carcelario.
“Dr. Green, ¿Cómo puede diagnosticarme un trastorno obsesivo compulsivo
y luego sorprenderse si me presento aquí de repente?”
La película habla, siempre con el humor como excusa, del aislamiento consciente y de las dificultades que tenemos a la hora de comunicarnos. Una persona, con tan sólo el mal humor, ya está poniendo barreras a su interactuación con los que nos rodean.
El protagonista del film no confía en nadie y, para él, cualquier ser humano es un estorbo. Este tipo de personas suelen presentar un marcado carácter egoísta, un arraigo a sus costumbres tal que, pese a la ayuda que se les pueda prestar desde el exterior, son reacios al cambio o a cualquier intromisión en su mundo.
En la cinta dirigida por Mel Brooks hay un canto a la esperanza. O al cambio. Porque las personas que llevan años actuando por y para ellos necesitan tiempo para cambiar. En el cambio está la esperanza. Y la esperanza reside en cada una de las valientes personas que se atrevan a interactuar con ellos.
Por supuesto la persona afectada por este trastorno debe tener fuerza de voluntad. Todos podemos tener decenas de manos a nuestra disposición para tirar de nosotros y sacarnos de un pozo… pero si no estamos dispuestos a alargar el brazo, toda muestra de ayuda será inoperante.
En esta ocasión Melvin Duvall, nuestro protagonista, se abre al elenco de personajes que el destino le pone en la autopista de la vida. Lo hace con dudas, con sufrimiento y desconfianza, pero las circunstancias y la nobleza de sus nuevos amigos hacen de parachoques ante el novedoso panorama que se abre ante sus ojos.
Por otro lado tenemos el amor. Un sentimiento que tan pronto es capaz de salvarnos como de estrellarnos. Y lo puede hacer por partes iguales. Sin lugar a dudas puede ser un factor imprescindible para extraernos de nuestra cúpula y saludarnos con todas las bondades, y todas las miserias, ojo, de las relaciones entre humanos.
Con paciencia y apoyo el despertar es posible. En la película, Duvall, Melvin para los amigos, mira hacia atrás, y, al volver la mirada al presente, se encuentra, de repente, a un nuevo hombre. Apenas lo ha notado. De hecho, apenas ha necesitado esfuerzo. La razón es la siguiente: las personas, los hechos, el contexto… todo le ha servido de trampolín para averiguar quién diablos es ése tipo que ve todas las mañanas delante del espejo.
Por lo tanto, no desesperen. Si usted, o cualquier persona que conozca, se parece demasiado a Melvin, tome un trago (de lo que quiera), respire hondo, y entrométase en su vida o deje que se entrometan en la suya, y ayude a que esa urna-prisión de cristal se quiebre en mil pedazos y deje, al fin, salir a la persona que hay dentro.
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