Yo quisiera salvar esa distancia, ese abismo fatal que nos divide, y embriagarme de amor con la fragancia mística y pura que tu ser despide.
Yo quisiera ser uno de los lazos con que decoras tus radiantes sienes; Yo quisiera, en el cielo de tus brazos, ¡beber la gloria que en tus labios tienes!...
Yo quisiera ser agua y que en mis olas, que en mis olas vinieras a bañarte para poder, como lo sueño a solas, a un mismo tiempo por doquier besarte.
Yo quisiera ser lino, y en tu pecho, allá en las sombras, con ardor cubrirte, temblar con los temblores de tu pecho y morir del placer de comprimirte.
¡Oh!...¡Yo quisiera mucho más!...¡Quisiera llevar en mí, como la nube, el fuego; más no, como la nube en su carrera, ¡para estallar y separarnos luego!...
Yo quisiera en mí mismo confundirte, Confundirte en mí mismo y entrañarte; Yo quisiera en perfume convertirte, convertirte en perfume y aspirarte.
Aspirarte en un soplo como esencia, y unir a mis latidos tus latidos, y unir a mi existencia tu existencia, y unir a mis sentidos tus sentidos.
Aspirarte en un soplo del ambiente, y así verter sobre mi vida en calma toda la llama de tu pecho ardiente y todo el éter de lo azul de tu alma.
Aspirarte, mujer... De ti llenarme. Y en ciego y sordo y mudo constituirme, y ciego y sordo y mudo consagrarme al deleite supremo de sentirte y la dicha suprema de adorarte.
(Salvador Díaz Mirón)
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