Tú que me miras,, tú que me ves aquí
en la tierra
como en la tierra soy,
como en la tierra estoy sin merecerte,
tú, pequeña verdad humana mía,
aquí sin merecerte, sin merecer tu humana luz,
tu belleza tranquila y delicada,
fugaz y delicada como una luz tranquila,
capaz, ay,
de envejecer y de morir también;
tú, sí, a quien he llegado
tan tarde ya, sin merecer ese sosiego ya
de tu pura belleza,
¿podré entonces, de pronto
encontrarme a tu lado revestido de aquello que quisera
para mí junto a ti?
¿Podré ser digno entonces de ti entonces,
y dignamente estar como quisiera estar:
dignamente a tu lado, mereciendo
continuamente lo que eres
ahora para mí,
en esta tarde en que tú estás sentada
al lado mío contemplando
con tristeza mi rostro,
que ha empezado quizá,
tan pronto,
a envejecer...?
Carlos Bousoño