Un alma para dos cuerpos
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas las vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.
Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestran lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.
Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.
Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.
Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, a aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.
El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre… Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.
Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada.
Ésta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.
Este bonito cuento, “El árbol de los amigos” del gran Jorge Luis Borges ilustra a la perfección cómo se suceden las relaciones en el árbol de nuestra vida. Es posible que las hojas de una rama vuelen pero lo que es seguro que esa rama volverá a florecer.
Un amigo es aquel que conoce todos tus defectos y a pesar de ellos te quiere. Quizás estos son los amigos del alma y los amigos enamorados, esos que podemos llamar compañeros de vida. Son tremendamente valiosos y es por ellos por los que siempre nos encontramos frondosos y coloreados.
Creo que una de las mayores dificultades de ser un árbol es la defoliación, es decir, tener que provocar que nuestras hojas amarilleen y caigan para poder recoger la cosecha. Hay hojas que duran toda nuestra vida, hay hojas que se caen cuando les toca y hay hojas que se caen antes de que llegue el otoño, estas son las más dolorosas.
Que algunas de ellas se desprendan de forma temprana de nuestras ramas puede hacernos pensar que estamos enfermando, lo cierto es que ocasionan una profunda tristeza en nuestras raíces… Pero una vez que se marchitan significa que te han aportado la belleza que tenían que aportarte y que es hora de dar cabida a las nuevas hojas que traerá la primavera.
Es sencillo, como árboles nuestra mayor aspiración es tener lindas hojas y buenos frutos, las más bonitas que consigamos, nuestro mayor tesoro. Nuestra mayor responsabilidad es mantenernos vigorosos, echar raíces y seguir creciendo; en definitiva, ser símbolos de amor, salud y prosperidad.
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