Andrés Frossard (1915-1999) es el hijo del fundador del partido comunista francés. Ha escrito Dios existe: Yo lo he encontrado que es la historia de su increible conversión.
Mientras empujaba la cancela de hierro del convento yo era ateo. El ateismo tiene muchas formas. Hay uno filisófico que asimila Dios a la naturaleza, no le atribuye una personalidad propia y busca toda solución en la inteligencia humana: nada es Dios, todo es divino. El ciéntifico descarta la hipótesis de Dios e intenta explicar el mundo como materia, de la que no se debe pedir explicación sobre su origen. El marxista es aun más radical: no se limita a negar a Dios, sino que, si acaso se hiciese vivo, lo echaría a la calle, puesto que su presencia inoportuna sería un obstáculo para la voluntad humana. Existe otro género largamente difundido, que conozco bien porque era el mio: el estúpido. Éste no hace preguntas. Encuentra natural estar en una bola de fuego recubierta de una sutil cubierta de barro seco, que gira a una velocidad supersónica sobre sí misma y alrededor una especie de bomba de hidr`geno arrastrado en el movimiento rotatorio de millares de linternas cuyo origen es un enigma y cuyo destino es desconocido. Mientras dí un paso hacia aquella puerta, yo era ateo que describí antes, incluso en el interior de la capilla. En el grupo de los fieles, veía sólo sombras entre las que no conseguí distinguir a mi amigo; una especie de sol resplandecía en el fondo del edificio. No sabía que era el Santísimo Sacramento. Ninguna pena de amor me atormentaba, mas bien aquella tarde debí tener un encuentro con una llama nueva. No estaba preocupado, no era curioso. La religión era una vieja quimera y los cristianos una especie de poso dejado en el camino de la evolución: la historia, si era nombrada por nosostros, la izquierda, y el problema de Dios se resolvía en sentido negativo desde hacía dos o tres siglos.
En nuestro ambiente la religión parecía de tal modo superada, que éramos anticlericales sólo durante las campañas electorales. Es entonces, cuando ocurrió lo imprevisible. Enseguida se ha querido a toda costa hacerme admitir que la fe operaba en mí desde el inicio, que yo estaba predispuesto sin saberlo, que mi conversión ha sido sólo presa de una consciencia repentina por una disposición mental que desde hacía mucho tiempo me destinaba a creer. Es un error. Si había una predisposición en mí, era la ironía al enfrentarme a la religión y si una única palabra podía definir mi disposición mental, el término más adecuado era indiferencia. Aun lo veo hoy, el muchacho de veinte años que yo era entonces, no ha olvidado el estupor que se adueñaba de él cuando, desde el fondo de la capilla, privada de particular belleza, vió surgir de repente, ante sí, un mundo, otro mundo de esplendor insoportable, de loca densidad, cuya luz revelaba y escondía a un tiempo la presencia de Dios, de aquél Dios del que, un instante antes, habría jurado que jamás ha existido mas que en la imaginación de los hombres; al mismo tiempo era sumergido por una ola, de la que desprendían a la vez alegría y dulzura. Ola cuya fuerza partía el corazón y de la que jamás he perdido el recuerdo, ni siquiera en los momentos más oscuros de una vida invertida más de una vez por el horror y la desgracia: no tiene otra tarea. Desde entonces rindo testimonio a esta dulzura y a esta insoportable pureza de Dios, que aquél día me demostró, por contraste, de que barro estoy hecho.
¿Me preguntáis quién soy? Puedo responderos: soy un compuesto algo turbio, mojado de nada, de tinieblas y de pecado, que por una forma insinuante de vanidad podría atribuirse más tinieblas de cuantas sean posible cometer. Por contra, mi parte de nada es indiscutible, es mu única riquza, lo sé: es como un vacio infinito ofrecido a la infinita generosidad de Dios. Esta luz, no la he visto con los ojos físicos, puesto que no era la que nos ilumina o nos calienta: era una luz espiritual, una luz maestra, era casi la verdad en estado incandescente. Tiene definitivamente al revés el orden natural de las cosas. Puedo añadir más: por lo que he visto, para mí lo único que existe es Dios, lo demás es hipótesis. Me han dicho muchas veces: "¿Dónde acaba su libre arbítrio?. Parecía que Vd. podía hacerse lo que quisiera. Su padre es comunista y comunista llega a ser Vd. Entra en una iglesia y llega a ser cristiano. Si entra en una pagoda sería budista, y si entra en una mezquita sería musulmán".
A lo que acostumbro a responder "Si entro en una estación, no por eso soy tren. En cuanto a mi libre albedrío puedo afirmar después de mi conversión, y tras haber comprendido que sólo Dios puede salvarnos de todas las formas de esclavitud, que sin Él estamos condenados inexorablemente. Insisto. Fue una experiencia objetiva, casi un experimento de física y yo no tengo para transmitiros mas que este precioso mensaje: más allá, o mejor, a través del mundo que nos rodea y del que formamos parte, existe otra realidad infinitamente más concreta de a la que damos crédito, y esta realidad es la definitiva, ante la que no tengo más preguntas. " (Dios. Las preguntas del hombre, por Andrés Frossard. Piemme. Casale Monferrato 1990).
D/R
Quetal
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