“Cada uno de nosotros proyecta una sombra tanto más oscura y compacta cuanto menos encarnada se halle en nuestra vida consciente. Esta sombra constituye, a todos los efectos, un impedimento inconsciente que malogra nuestras mejores intenciones”.
(Carl Gustav Jung)
Solemos utilizar miles de metáforas para referirnos a nuestro aspecto más oscuro como descubrir nuestros demonios, la noche oscura del alma, luchar con el diablo, alter ego, sombra, etc., pero a mí me gusta más referirme a éste como el gran saco que todos arrastramos.
Un saco invisible que nos acompaña durante toda la vida y en el que comenzamos a arrojar desde pequeños, todas aquellas facetas de nuestra personalidad que desagradaban a los que estaban a nuestro alrededor y ejercieron algún tipo de influencia en nuestras vidas, para continuar siendo merecedores de su amor.
La sombra de cada uno de nosotros se va desarrollando durante la infancia de forma natural, al igual que nuestro ego, partiendo ambos de la misma experiencia vital.
Por un lado, nos identificaremos con algunos rasgos ideales de nuestra personalidad como pueden ser la simpatía o la buena educación y por el otro, desterraremos aquellas cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal como el egoísmo y la envidia, las frustraciones o experiencias dolorosas, hacia las profundidades de nuestro saco.
Cada cultura e incluso cada familia, determinan a su manera lo que corresponde al ego y lo que corresponde a la sombra, en relación a los miembros de su sistema. Algunas permitirán la expresión de la ira, la agresividad, la sexualidad o las emociones intensas, mientras que otras no lo harán.
Así, nuestro saco va creciendo; al igual que el de nuestra familia, nuestra cultura o sociedad, sobre todo durante los primeros veinte años de nuestra vida, y el resto del tiempo, lo ocupamos intentando vaciarlo…
Y cuanto más repleto esté nuestro saco, cuantas más cosas arrojemos en él, menos cantidad de energía tendremos en nuestro día a día, mientras que más energía habrá inaccesible, acomodada en él.
Lo que ocurre es que el día menos pensado o cuando decidimos abrirlo, todo lo depositado en nuestro saco, surgirá como una gran sombra con gran dosis de hostilidad; pues cuando nos negamos a aceptar una parte de nuestra personalidad, ésta se torna hostil, sometiéndonos de alguna forma, como si se hubiera organizado un motín contra nosotros.
Lo que no afrontamos termina sorprendiéndonos desagradablemente en algún momento.
Así, la sombra podemos entenderla entonces como aquellas cualidades que no aceptamos de nosotros mismos. Aquellas que cuando nos miramos al espejo no se hacen visibles en nuestro reflejo, porque tan solo vemos lo queremos ver. Y el encuentro con ella, implica una confrontación con uno mismo.
Y aunque los sentimientos y capacidades desterrados a la sombra alimentan el poder oculto del lado oscuro de la naturaleza humana, no todos ellos son negativos. Ya que la sombra no solo alberga apegos emocionales, partes infantiles o síntomas neuróticos, sino también aptitudes y talentos que la persona no ha llegado a desarrollar.
Así, nuestra sombra personal contiene capacidades y cualidades potenciales que no se han llegado a manifestar; constituye una parte del inconsciente que complemente a nuestro ego y que representa las partes de nuestra personalidad consciente que no desea conocer y repudia, y que olvida o destierra a las profundidades de nuestra mente, para reencontrarlas más adelante en los enfrentamientos que tengamos con los demás.
Pero la sombra no podemos percibirla directamente, pues huye de la luz de la consciencia, solo se hace visible fuera de nosotros mismos, a través de los demás, de sus rasgos y acciones.
Podemos atisbarla si somos conscientes de que cuando admiramos o rechazamos de manera desproporcional una cualidad de una persona, como la pereza o la sensualidad, probablemente nos estemos proyectando en ella, con la intención de deshacernos y desterrar esa característica nuestra a nuestra sombra.
Por lo tanto, para descubrir algunas características de nuestra sombra tenemos qué examinar qué rasgos y/o actitudes nos molestan o nos agradan desproporcionalmente de los demás y en qué medida nos afectan, es decir,
¿Qué proyectamos sobre los demás de nosotros mismos?
Recuperar nuestra sombra implica por lo tanto, afrontarla e integrar sus contenidos en una imagen más global y completa de nosotros mismos, dejando de lado nuestra rigidez y nuestros miedos. Proceso que suele ocurrir cuando vemos nuestra vida estancada y hemos perdido el interés por ella y su sentido.
El trabajo con nuestra sombra es el proceso voluntario y consciente en el que nos sumergimos con la intención de asumir todo aquello que habíamos decidido ignorar o reprimir. Nos permitirá sanar nuestros problemas de relación, arrojando luz a la oscuridad y penetrando en nuestro propio yo interno, integrándolo.
Cuando aceptamos nuestras facetas más crueles, profundizamos a la vez en nuestros aspectos más positivos.
La reconciliación con nuestros diablos o enemigos internos, no los elimina pero sí cambia la relación que tendremos con ellos, siendo ésta mucho más humana y sorteando el camino de la humildad. Podemos hacerlo a través de la terapia o incluso del arte.
Cuando nuestra fortaleza descubre su propia vulnerabilidad y nos demos cuenta de que aparte de la luz también nos hayamos compuestos de sombras, cuando dejemos de creer que la responsabilidad de todos los males se encuentran en el exterior, seamos conscientes de que la capacidad de hacer el mal se alberga también de alguna manera en nuestro interior, podremos hacer las paces con nuestra sombra y navegar a salvo de las adversidades y la fatalidad.
Porque cuando mantenemos una relación correcta con la sombra, el inconsciente deja de ser peligroso, ya lo decía Jung “la sombra solo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención”.
Bibliografía utilizada:
-Connie Zweig. (1991). Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana. Barcelona: Editorial Kairós.
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