Miro hacia el cielo y trato de verte entre tantas estrellas, busco entre las sombras tu imagen perdida.
Dibujo tu rostro en las nubes que veo pasar, viajando sin rumbo fijo y, guiándome por la luna, le pregunto:
¿Dónde estás?
Y enseguida mi pecho se agita dándome la respuesta con una lágrima derramada que me hace comprender de nuevo: No estás aquí, permaneces en mi corazón.
Me gusta pensar que hay un mundo paralelo en el que conviven las almas que se han ido de este mundo. Me gusta pensar que los nuevos tienen algo de los que ya no están. Me gusta aferrarme a la idea de que hay algo o alguien cerca de mí que me roza cada día con fragmentos de ellos.
Es solo eso, una manera de revivir a quienes se fueron, a quienes vemos en el cielo, a quienes iluminan cada noche nuestras vidas. Esto es así, necesitamos sentir fuera de nosotros su presencia, a pesar de que sabemos que nunca más volverán.
Lo cierto es que cada persona que se fue de nuestra vida es una estrella en el cielo, una estrella que nunca jamás se apagará. Porque es en nosotros en donde permanecen los recuerdos de lo que significaron y de lo que siempre serán.
¿Cómo escribir una historia cuando aún no ha terminado?
Cuando una persona se va, nuestra vida se paraliza, nuestro corazón da un vuelco y nos bloqueamos. Sin embargo, si hay una manera de comenzar a seguir escribiendo nuestra historia, es con lágrimas y con esperanza.
Cuando alguien se muere, no se va solo. “Se lleva parte de tu alma” para confeccionar sus alas, de esta manera logra volar junto a ti.
Su partida nos enseña que no es la muerte lo que nos asusta, sino que lo verdaderamente tortuoso es convivir con el dolor de saber que por más que lloremos y por más que suframos, nunca más volveremos a verles.
Eso asusta, asusta mucho. Es un dolor que se mete muy adentro y que no sabemos y no queremos sacar. Porque, al fin y al cabo, es la forma en la que ahora los tenemos presentes cada día, con lo cual nos aferramos a ello durante, al menos durante unos meses.
Yo aún les necesito, nunca dejaré de anhelar su presencia.
Cometemos el error de pensar que con el tiempo dejará de doler y eso puede llegar a hacernos sentir culpables. La pérdida de un ser querido duele siempre, que no nos cuenten mentiras.
Hay un largo sendero que recorrer, hay que tocar fondo, hay que llorar y sentir profundamente que algo se ha roto, que se ha marchado y que supone un antes y un indeseable después en nuestra vida.
Sin embargo, aunque nunca dejemos de sentir la soledad y el dolor por la muerte de un ser querido, sí podemos recuperar nuestra vida y nuestras ganas de vivir.
No obstante, a pesar de todo el dolor y de la tristeza, nuestro día a día continua, y nos toca aceptar su partida, comprendiendo el sentido de la muerte y de la vida.
No es fácil recuperarse y admitir que hay parte de nuestra vida que ha quedado inconclusa, pasan los meses y seguimos recordando, sintiendo y pensando en todo lo que se quedó pendiente.
Volverlos a abrazar y renacer
Cuando la vida te separa de un ser querido, el recuerdo de su sonrisa es la mejor manera de seguir adelante.
Cada día de nuestra vida daríamos lo que fuese por volver a sentirles, por tenerlos unos minutos más con nosotros y decir todo lo que ahora nos ahoga. Pero lo podemos superar, podemos encontrar la manera de convivir con el sufrimiento y el anhelo.
La mejor manera de seguir hacia adelante es reinventando los abrazos, convirtiéndolos en recuerdos y dirigiéndonos a ellos cada día. Por eso, nuestro mejor homenaje será sumar alegría a nuestros días, haciendo a su recuerdo partícipe de nuestra felicidad.
Fuente: “La muerte: un amanecer”. Elisabeth Kübler-Ross
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