Todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias
Aristóteles
Felicidad. Que palabra tan grande y deseada. Todo el mundo habla de ella. La buscamos, la deseamos, la admiramos, lloramos su pérdida e incluso nos la venden. Pero, ¿En qué nos basamos para decir que somos felices?.
Desde la antigüedad, los seres humanos tendemos a querer definir conceptos y poder convertirlos en universales. En ese intento surgen las diferencias de opinión y aún más si se trata de algo intangible y, al parecer, subjetivo.
Incluso se ha afirmado que la verdadera felicidad reside en el sufrimiento previo y esta es la recompensa final al sacrificio, la entrega y el trabajo incondicional que mostramos en vida.
Estas son algunas de las formas de entenderla:
Para el materialismo, la felicidad se alcanza mediante la posesión de bienes materiales así como conseguir una buena imagen social y éxito, que son el resultado de tenerlos.
Gran parte de esta corriente está influida por la publicidad. Nos crea (o ,más bien, nos hacen creer) que los productos y servicios que ofrecen son los mejores y que conseguirlos es la opción que tenemos si queremos ser mejores personas. Aunque hay que tener en cuenta que materialismo no es lo mismo que consumismo.
Según la psicóloga Miriam Tatzel, una persona puede ser “materialista relajado”, que gasta y consume de forma comedida o acabar llevando el extremo la acumulación excesiva de bienes como medida de felicidad o plenitud.
Según la filosofía Oriental, la felicidad es un estado de armonía interna que nos produce un bienestar que no es puntual, sino que es estable y duradero. Nada que ver con posesiones o reconocimiento social.
Recientemente, Matthieu Ricard fue apodado como el hombre más feliz del mundo. Dejó atrás una vida de éxito, reconocimiento y dinero para recorrer un viaje hacia sí mismo abrazando el budismo y siguiendo sus preceptos.
Al parecer, su vida de retiro y contemplación, hacen que Matthieu sea capaz de focalizarse, mediante la práctica de la meditación, de una manera intensa en pensamientos positivos y tiene una capacidad increíble para suprimir la ira, la irritabilidad o el estrés.
En este punto hay que tener cuidado. No siempre podemos llevarlo a cabo. Lamentablemente, hay situaciones en nuestra vida en las que sentirnos mal o derrotados es complementamente normal y lógico. De poco sirve obligarse a ser feliz a toda costa en esos momentos. Pero sí podemos reconducir todo aquello hacia una reconstrucción, paso a paso, de una superación vital.
De hecho, cuando nos sentimos con la obligación de ser, sentirnos, comportarnos de forma totalmente incongruente con nuestra personalidad, estado de ánimo o situación suelen surgir sentimientos de fracaso, culpa, desmoralización e, incluso, odio hacia nosotros mismos
También podemos entenderla como la capacidad de tomar nuestras propias decisiones. Así, ni el ambiente ni la genética determinan realmente nuestra felicidad, sino que sentirnos con la capacidad para dirigir el timón y que dicho viaje nos conduzca a lo que realmente deseamos, te aporta un sentimiento de felicidad.
¿Tu que tomas para la depresión?
¿Yo? Decisiones
Claro que en ocasiones no está en nuestra mano ni es posible hacerlo siempre tal y como nos gustaría. Por ello hay que buscar el punto medio entre aceptar que algunas cosas en la vida ocurren ajenas a nuestra influencia y hacernos responsables para aprender de la experiencia. Nos hace más independientes, más seguros de nosotros/as mismos/as y con un mayor control percibido.
Hay numerosas formas de entender la felicidad, la lista es casi infinita. Lo que está claro que este sentimiento nos lleva a motivarnos más para seguir en ese camino, conquistar nuevas metas, tener un enfoque positivo de nuestro medio, recuperar recuerdos que nos la provocan y, en última instancia, luchar contra la adversidad con una sonrisa.
Y para ti, ¿qué es la felicidad?
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