Vivimos en una cultura impulsada por el perfeccionismo y la competencia, en la que el éxito se define por nuestro rendimiento, nuestra apariencia e incluso nuestro estado. Estos valores son transmitidos de forma verbal y no verbal a los jóvenes desde su más tierna infancia a través del del estado emocional de los adultos que influyen en ellos.
La manera de manifestar estas valoraciones puede tener un efecto muy negativo en los niños y adolescentes, y puede crear una idea equivocada de lo que realmente importa.
Empujar a los niños y a los jóvenes a ser mejores puede ser una actitud bienintencionada, y más en un mundo tan competitivo en el que no queremos que se queden atrás. Pero una cosa es superarse y mejorar, y otra muy diferente es creer que el hecho de ser el mejor trae la felicidad. Más aún cuando para ser el mejor hay que pasar por encima de otros.
Las buenas calificaciones, el ser aceptado socialmente en determinados círculos y, sobre todo, tener una autoestima inflada, no es garantía de éxito en el futuro. Más bien, lo que se intuye es un futuro lleno de frustraciones y caídas de las que no siempre es fácil levantarse. Qué gran paradoja, alzar y ensalzar a nuestros jóvenes haciéndoles vivir un éxito que se vuelve ficticio cuando se enfrentan al mundo real.
Capacidades para tener éxito: Sí, pero no las que suele pensarse
Es muy habitual estimular a los niños y a los jóvenes a que estudien más para que saquen buenas notas, a que participen en todas las actividades que puedan para destacar sobre los demás, a que estudien más todavía y tengan más títulos que nadie. Pero el éxito de mañana no solo depende de las capacidades entendidas desde el punto de vista académico.
Lo cierto es que eso, muchas veces, da igual. Las capacidades que de verdad importan para tener el éxito en la vida adulta están relacionadas con el optimismo, la curiosidad, el sentido de uno mismo como capaz de hacer cosas y enfrentarse a problemas con actitud positiva, la capacidad de enfrentarse a los obstáculos y la capacidad de dominar y enfrentarse a sus emociones, especialmente las negativas.
Estas capacidades se desarrollan en un contexto de apego seguro con los padres, que se produce cuando los jóvenes se sienten seguros con sus padres, cuando estos están interesados en ellos, en sus sentimientos, necesidades y emociones, cuando se muestran sensibles. Esto no se obtiene cuando lo único que importa es sacar mejores notas que nadie, o hacer más cosas que los demás, o destacar por encima de los otros.
¿Por qué presionamos a los jóvenes a ser mejores?
Resulta irónico, pero prestarle tanta atención a las calificaciones académicas de los hijos como si de eso dependiera su futuro resulta contraproducente, tanto en lo académico como en lo psicológico. Cuando los padres se muestran excesivamente preocupados por el rendimiento de sus hijos, estos son menos propensos a sentirse motivados por sacar buenas notas.
Por otra parte, esta insistencia paterna por ser los mejores engendra en los jóvenes el miedo al fracaso. Este miedo es el culpable de un estrés que interferirá en la capacidad para realizar las tareas y que comprometerá las funciones ejecutivas. Además, inhibirá la curiosidad por descubrir cosas nuevas, plantearse nuevos retos o desarrollar otras habilidades.
Para alcanzar el éxito es fundamental fomentar en los jóvenes la actitud de pensar y abogar por sí mismos y de tomar sus propias decisiones.
Los jóvenes, desde niños, deben vivir la experiencia de las consecuencias naturales de sus decisiones, porque esto fomenta el desarrollo de su propia identidad, de sus valores, así como la responsabilidad y la competencia.
La preocupación excesiva sobre el éxito de niños y adolescentes también puede llevar a los padres a estar demasiado involucrados en su vida y a entrometerse cuando ellos deben tomar sus propias decisiones.
Los efectos psicológicos del perfeccionismo y el rendimiento bajo presión
El lado más oscuro de nuestra cultura de rendimiento y perfeccionismo, y sus manifestaciones en las familias, se asocia con la depresión, los trastornos de ansiedad, el alcohol y el abuso de sustancias, las mentiras, los trastornos de la alimentación, la imprudencia, el vacío, la duda e incluso el suicido, entre otros efectos.
Resulta irónico, pero en las culturas competitivas y prósperas, de acuerdo con las calificaciones de la adolescencia, los usuarios de drogas que tienen comportamientos delictivos son los más populares y admirados.
¿Esta es la idea de éxito que tenían los padres de estas personas? ¿No? ¿Seguro? Estas personas son admiradas y populares. ¿No es eso lo que querían? Seguro que muchos se acordarán entonces de que olvidaron destacar otros valores: los verdaderamente importantes.
Pero los efectos del perfeccionismo y el rendimiento bajo presión no acaban aquí. Las investigaciones apoyan la relación entre el estrés y la asunción de riesgos con la restricción en los adolescentes. Los adolescentes buscan alivio a través del escape, emocional o literal, en forma de comportamientos autodestructivos, fantasías suicidas, actuaciones secretas, así como la rebelión a través de la bebida, las drogas o la intimidación.
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