“Todos hablan de la paz, pero nadie educa para la paz… En el mundo educan para la competencia y la competencia es el comienzo de cualquier guerra”
Anónimo
El mundo actual está repleto de mensajes que te invitan a competir con los demás. De hecho, te llaman “competente” si eres capaz de realizar una labor con eficiencia. Sin embargo, competir lleva implícita una realidad algo desconcertante: en toda competencia hay ganadores y perdedores.
Aún así, casi nadie cuestiona la validez de competir. Se asume como un hecho natural e inamovible.
En realidad, todo el sistema económico y político de Occidente se basa en la competencia.
Que algunos salgan perdiendo se asume como un “daño colateral” sin mayor importancia. Que las personas deban ajustarse a modelos impuestos, tampoco se considera como un hecho que deba ser cuestionado.
Los costos ocultos de la competencia
La competencia supone, de entrada, una confrontación. Bien sea en el terreno físico, intelectual, psicológico o cualquiera que sea.
Si de competir se trata, el otro, en esencia, es un rival. Y la tarea implícita de todos los involucrados es probar que son mejores que los demás.
La cultura no hace más que alentar esta lógica. Si adquieres una habilidad, te dicen que lograste acceder a una “competencia” laboral o educativa. Te aseguran que el mundo laboral es “una selva”, en donde sobreviven solo los más fuertes. Te fijan metas, como en una carrera de atletismo.
Lo que nadie te cuenta es que para competir debes aceptar dos realidades incómodas: un evaluador y unas reglas de condicionamiento.
¿Quién es el evaluador? Siempre se trata de una figura de poder. El maestro, el jefe, el jurado, etc. Es esa persona o esa instancia quien define cuáles son los parámetros que debes alcanzar para ser bien calificado, para ganar.
Esas figuras de poder no siempre son los mejores en lo que hacen. Muchas veces califican lo que haces desde sus propias carencias, neurosis o caprichos.
Un jefe, por ejemplo, puede otorgarle el ascenso al más divertido o al más adulador y no al más comprometido o al mejor preparado. Esto lo vemos diariamente.
El precio de aceptar pasivamente este tipo de realidades, es tu libertad y tu criterio. En otras palabras, el respeto por ti mismo.
La cooperación y la competencia
La sociedad actual tiene bien definido el tipo de persona que alcanza el éxito. Debe ser alguien equilibrado, seguro, informado, sagaz y con un tipo de inteligencia capaz de absorber y procesar rápidamente las situaciones para ponerse al frente.
Pero no todos somos tan seguros, ni tenemos tantas habilidades sociales o intelectuales como para alcanzar ese éxito prometido.
A quienes ganan en este modelo, ni siquiera se les ocurre cuestionarlo. Pero quienes pierden saben que deben invertir un alto componente de angustia, tensión y frustraciones para ajustarse a lo que se supone que otros esperan de él.
Jean Piaget fue un psicólogo y pedagogo suizo que trabajó como nadie el tema del desarrollo moral, a partir de experimentos con niños. Al final estableció que la ética genuina está estrechamente relacionada con la inteligencia.
Para Piaget, cuanto más desarrollada está la inteligencia, más ética es una persona. Y esa ética descansa sobre dos grandes valores: la justicia y la cooperación.
Ganar o perder no es una realidad individual, sino colectiva. Y tanto ganar como perder, no se refiere a la confrontación con otras personas, sino al logro de propósitos que benefician a todos.
En el fondo del tema lo que se hace evidente es la tensión que existe entre el bienestar individual y el colectivo. Entre el narcicismo personal y el respeto y la consideración por los demás. Además, por supuesto, las contradicciones que pueden existir entre los intereses del poder y la ética individual.
Se trata de un asunto complejo que no podríamos resolver aquí. Baste decir que en este tema, como en tantos otros, se hace necesaria la reflexión. No existe un “orden natural” en las sociedades humanas. Todos los valores y todos los modelos son susceptibles de ser moldeados.
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