“Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte.”
-Elie Wiesel-
En esencia, la sensibilidad es una de esas grandes virtudes que hacen mejores a los seres humanos. Equivale a una capacidad para percibir y atender a las diferentes realidades que encontramos a nuestro paso, bien sean tangibles o intangibles.
Una persona sensible está más despierta y asume la vida con mayor intensidad.
Sin embargo, en ciertas circunstancias, esa sensibilidad se convierte en un atributo que, en lugar de otorgarle más color a la vida, termina añadiendo dificultades.
Cuando los estímulos del entorno son excesivos, desbordan nuestra capacidad para percibirlos e incorporarlos. Lo mismo ocurre si se trata de estímulos agresivos, intimidantes o desgastantes: bloqueamos la sensibilidad, pues de lo contrario enloqueceríamos.
Los orígenes de la insensibilización
Dejar de sentir, o sentir con menor intensidad, es una forma de eludir las experiencias desagradables o excesivas. En principio se trata de un mecanismo de defensa completamente válido para poder sobrellevar una realidad dura.
¿Qué pasaría si una persona que está en la cárcel, por ejemplo, se abriera minuto a minuto a cada detalle involucrado en esa condición? Probablemente más temprano que tarde se volvería incapaz de tolerar la vida.
Limitar o bloquear la sensibilidad es entonces una estrategia para adaptarte a condiciones difíciles o extremas.
¿Cómo disminuye el grado de sensibilidad en una persona? Cuando es necesario, la mente emplea tácticas para reducir el nivel de sensibilidad.
Una de esas tácticas consiste en quedarte en la superficie de las situaciones: no profundizar para evitar que el incremento de información desate miedo, angustia o tristeza.
Otra táctica es la de “normalizar” los eventos o situaciones anómalos que generan ansiedad. De este modo, terminas por asumir que algo que en condiciones razonables sería completamente inaceptable, en realidad es perfectamente normal.
A estas tácticas se suma otra muy común: optar por la ignorancia. Sencillamente te niegas a recibir información o a tener contacto con alguna realidad.
Puede que tomes la decisión conscientemente o que no te des cuenta de ello. Lo cierto es que evitas a toda costa entrar en contacto con determinadas situaciones, objetos o personas.
La insensibilización como huida
Como lo mencionábamos anteriormente, la insensibilización, en principio, es un mecanismo adaptativo que nos ayuda a sortear situaciones difíciles que escapan a nuestro control y son extremadamente displacenteras. En esos casos, huir de la realidad, en alguna medida, es una forma instintiva de protegernos y preservarnos.
Sin embargo, hay infinidad de situaciones en las que la insensibilización se convierte más bien en una forma de eludir miedos o dificultades que perfectamente podríamos resolver. En esos casos, huir de la realidad no nos ayuda, sino que acrecienta nuestros problemas y nos paraliza.
Un típico ejemplo de esto es el de la insensibilización por maltrato. Si recibimos agresiones físicas y/o verbales de manera continuada, sin reaccionar, es posible que terminemos creyendo que esos abusos son algo “normal” o justificable.
Vamos, poco a poco, construyendo la idea de que un insulto desgarrador, o quizás alguna que otra bofetada, no son motivo de alarma.
También nos ocurre diariamente frente a los medios de comunicación. Nos han acostumbrado a recibir informaciones superficiales sobre lo peor que hay en el mundo.
Las guerras, la delincuencia y las injusticias son el pan de cada día en los noticieros. Es noticia que un hombre torturó y mató a otro, pero no lo es que millones de personas no hicieron algo semejante.
El resultado es que terminamos pensando que la realidad del mundo es enteramente inabordable y nos insensibilizamos frente a ello, como una manera de protegernos. Pero al mismo tiempo dejamos de participar de esa realidad política y social de una manera activa.
Debemos detenernos frente a todas esas realidades de las que no queremos saber nada, o eludimos deliberadamente, o justificamos, pese a que todos a nuestro alrededor las cuestionen.
Vale la pena que nos preguntemos si evadimos todo ello por nuestro propio bienestar o si, quizás, estamos mutilando una valiosa fuente de conocimiento y de sabiduría.
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