De su piel blonda y oscura brota un perfume tan dulce, que una noche yo quedé embalsamado, por haberlo acariciado una vez, nada más que una. Es el espíritu familiar del lugar; él juzga, él preside, él inspira todas las cosas en su imperio; ¿No será un hada, Dios? Cuando mis ojos, hacia este gato amado atraídos como por un imán, se vuelven dócilmente y me contemplo a mí mismo, veo con asombro el fuego en sus pupilas pálidas, claros fanales, vívidos ópalos, que me contemplan fijamente.
Charles Baudelaire |