Las buenas personas no saben que lo son
Las buenas personas no llevan alas a la espalda ni polvos de hada en sus bolsillos. Suelen vestir una expresión preocupada en sus rostros porque quieren llegar a tiempo para hacer esto, para solucionar lo otro, para tomar un café con ese amigo y arrancarle las penas dibujándole esperanzas…
Nunca esperan nada a cambio ni ven en sus actos obligación alguna. En ocasiones, hay quien dice de ellos o ellas que son algo ingenuos, que dan demasiado de sí mismos y que cualquier día, les pagarán con una decepción.
Las buenas personas en realidad saben mucho de decepciones, pero las asumen. El propio esfuerzo, y la voluntad por hacer las cosas lo mejor que pueden es su mejor recompensa: es un modo de estar bien con ellas mismas.
En ocasiones, por ejemplo, podemos esforzarnos cada día por atender a ese amigo que está pasando un mal trance. Le ofrecemos todo lo que necesita, le damos apoyo y consuelo, para más tarde, descubrir que ha dejado solo su ausencia y ningún agradecimiento.
En realidad, las buenas personas no suelen buscar o esperar ese agradecimiento. No quieren nada a cambio porque sus actos siempre nacen del corazón y de la autenticidad; les es imposible actuar de otro modo.
Ahora bien, a pesar de no querer el agradecimiento, lo que sí deberían esperar es al menos reconocimiento. Muchas veces, los buenos corazones también se acaban deshilachando cuando dan más de sí, cuando dan hasta su último aliento quedándose desnudos en un escenario vacío.
Reflexionemos hoy sobre ello.
Las buenas personas no llevan pancartas
Seguro que también tú conocerás a alguien que suele proclamar lo mucho que hace por los demás. Te explica todo a lo que ha renunciado, te exalta sus valores y virtudes, perfilándote grandes bondades con un aire ligeramente victimista.
La bondad no sabe de pancartas ni se vende. La bondad es discreta, tímida y va vestida de humildad y sencillez, por ello, las buenas personas saben más de actos que de palabras
Hay quien dice que en realidad, las buenas personas no abundan, o más aún, que no existen. Nada más lejos de la realidad. Estamos seguros de que también tú conoces a alguien que sabe mirarte a los ojos y prometerte que todo va a salir mejor de lo que esperas, o que cuando se despide de ti te comenta aquello de “avísame cuando llegues a casa para saber que estás bien”.
Son personas que brillan sin saberlo, y que siempre deseas tener a tu lado. No saben de incongruencias, su carácter siempre es igual, no hablan el lenguaje del doble sentido ni del egoísmo, y además, saben leerte tus penas sin necesidad de que las traduzcas en palabras.
El coraje y la delicada fragilidad de las buenas personas
Las buenas personas son almas llenas de coraje y valentía. Han cuidado de los suyos en los buenos y los malos momentos, han renunciado a muchas cosas por el bien de los demás, y nada, absolutamente nada de ello le pesa o le provoca arrepentimiento o frustración.
La bondad que no conoce sus propios límites, en ocasiones, puede acabar dando demasiado. Quien se ofrece por entero en ocasiones, vuelve a pedazos. Por ello, las buenas personas también tienen derecho a decir “NO”, sin que por ello, pierdan su luz.
No importa lo voluntariosos que nos parezcan siempre, no importa tampoco los esfuerzos que les veamos hacer enfundados cada día en sus mejores sonrisas: como si nada pesara a sus espaldas, como si ninguna preocupación habitara en sus mentes.
Todos necesitamos que se reconozcan nuestros esfuerzos, porque el reconocimiento nos sitúa en el mundo, nos personaliza, nos integra en un contexto, en una familia, en una relación ya sea de amistad o de pareja.
No se trata de dar las gracias, ni tampoco de “devolver el favor”. Se trata de reconocer a la persona por lo que es, por sus actos cargados de bondad, de altruismo, de buenas intenciones y sobre todo, de amor.
El amor que deja de reconocerse, se debilita y enferma. Es por ello que a su vez, las buenas personas también deben ser capaces de dar negativas, de oponerse, e incluso de romper vínculos con quien les hace daño.
Nadie deja de ser buena persona por decir “no”. Es actuar con integridad, porque las almas nobles necesitan de su propia dignidad y respeto para ofrecer a los demás lo mejor de sí mismos.
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