Existe algo mejor que un amor: una complicidad
Todos deseamos encontrar a alguien cuyos demonios se entiendan con los nuestros, alguien que tenga la llave para nuestras cerraduras, con quien nos sintamos tan seguros que les dejemos abrirlas sin temor, con quien resurja nuestro verdadero yo y podamos ser nosotros mismos…
Es algo mejor que un amor porque cada uno descubre una parte del otro sin necesidad de que medien las palabras y con la necesidad de que medie una vida repleta de permanencia. Una complicidad se alcanza con esas personas a las que te agarras para no dejar que se te escape el presente a la vez que piensas en todo lo que te espera.
Hay quien les llama personas hogar, pues te brindan la calidez de un abrazo que reconforta y el placer de coleccionar los motivos y la fuerza necesarias para hacer frente al día a día y fluir con la vida.
Te hacen respirar amor y sonreír tontamente cuando recuerdas que la coincidencia de que estéis donde estéis os encontráis en las mismas coordenadas a través de las miradas.
El lenguaje corporal de la complicidad
Hay miradas que lo dicen todo y un todo que se llena de miradas. Lo que llamamos complicidad es una unión especial que trasciende al amor, que se inunda de él y que se comprende. Porque amar no es solo amar, sino que es sobre todo entender.
“Todavía creo que nuestro mejor diálogo ha sido el de las miradas. Las palabras, consciente o inconscientemente, a menudo mienten, pero los ojos nunca dejan de ser veraces.
Si alguna vez he pretendido mentir a alguien con la mirada, los párpados se me caen, bajan espontáneamente su cortina protectora, y ahí se quedan hasta que yo y mis ojos recuperamos la obligación de la verdad.
Con las palabras todo es más complejo, pero aún así, si las palabras tratan de engañar, los ojos suelen desmentir a la boca”.
Mario Benedetti
Para la complicidad no hay secretos en las miradas, en los gestos o en los abrazos. Son esas personas que saben que aunque les digamos que todo está bien saben que no lo está. De hecho, probablemente ni siquiera necesiten mirarnos ni escucharnos hablar. No son adivinos pero nos comprenden más allá de los espejismos y las apariencias.
Basta con el aire que se respira para saber que la conexión es pura fantasía, que va más allá de una sonrisa sincera o de una mirada sabia. Entre dos personas cómplices se crea una atmósfera que se convierte en una suerte de profecía emocional que enlaza los sentimientos y los corazones.
Un hogar en el que vuelan las almas
“La gente cree que un alma gemela es la persona con la que encajas perfectamente, que es lo que quiere todo el mundo. Pero un alma gemela auténtica es un espejo, es la persona que te saca todo lo que tienes reprimido, que te hace volver la mirada hacia dentro para que puedas cambiar tu vida.
Una verdadera alma gemela es, seguramente, la persona más importante que vayas a conocer en tu vida, porque te tira abajo todos los muros y te despierta de un portazo”.
Comer, Rezar, Amar (Elizabeth Gilbert)
Un alma gemela es aquella persona que te hace reír y sonreír sin decir absolutamente nada. Es una persona que está ahí, que no te abandona, que se enorgullece de lo que consigues y de quién eres a la vez que no tiene pudor en decirte lo que piensa ni en llamarte la atención si te equivocas.
No quiere decir que no vaya a haber malos entendidos ni discusiones, pero incluso una pelea cómplice puede derribar nuestros muros de contención. Esto solo ocurre cuando esa persona es alguien que te cuestiona y que no está en tu vida de manera silenciosa, alguien que marca un antes para el que no hay después y que inunda cada instante de ternura.
La complicidad permite aceptar sin exigencias ni hiperapegos, sin necesidad de cambiar nuestra esencia ni de complacer necesidades infantiles o extremas.
Entonces se construyen vibraciones que se complementan a la perfección, de la misma manera que un secreto compartido le guiña el ojo a la incondicionalidad del alma.
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