Si el orgullo puede con nosotros es que no nos queremos lo suficiente o que nuestro amor propio es mayor que el que podemos darnos. Para ti que seguro que estás en esta situación con otra u otras personas te será beneficioso que alguien te recuerde, para que puedas recordarles, que si os va a destruir, el orgullo es ridículo.
Dejar pasar cualquier tipo de relación estrecha que hayamos tenido en nuestra vida por hacerle caso al orgullo es, quizá, una de las peores decisiones que podemos tomar: dos personas que quieren estar juntas, independientemente del tipo de relación, no pueden permitir que el orgullo se ponga de por medio.
El orgullo ridículo es el que se parece a la soberbia
El orgullo, como la mayoría de cosas de la vida, también puede tener dos caras: una vanidosa y arrogante que no deja ver más allá de nuestro propio ego, aunque algo dentro de nosotros sí que quiera hacerlo y otra de dignidad y sustentada en el amor propio.
La primera de sus caras es terrible porque entonces el orgullo provoca las mayores distancias que existen entre personas y no hablo de kilómetros, sino de frío. Cuando sentimos orgullo aceptamos poner delante de nosotros un cristal opaco a través del cual vemos, pero borroso.
“Yo siempre me dije que el orgullo es la pelea más idiota en una relación. No solo porque dos personas no se hablen o se ignoren, aunque estén muriendo de ganas por hablarse; sino porque ese lapso de tiempo aleja, condena, mata.”
Ese cristal opaco parece hacer daño solo en una dirección, pero realmente no es así. Cuando el orgullo se apodera de nosotros el daño es directamente hacia nosotros mismos: atar al corazón y al cuerpo para que no haga lo que desea por un sentimiento de soberbia puede comernos por dentro poco a poco. El orgullo entonces es ridículo, porque solo afirma la distancia ya existente, porque aleja y rompe.
Cuando hay amor también hay humildad
Uno de los contrarios del orgullo es la humildad y siempre que haya amor, la humildad es indispensable. Cuando nos ocurre algo con alguien a quien queremos y nos sentimos, en cierta manera traicionados, el cómo actuamos es lo que realmente nos define: la arrogancia nunca abre puertas, pero el perdón y los cambios de perspectiva evitan que se cierren muchas.
“El orgullo es un pecado universal, el gran vicio. El antídoto contra el orgullo es la humildad.”
Es necesario decir que después de todo cuando hablamos en términos de orgullo, humildad y sobre todo de amor, lo hacemos pensando en dos. El amor significa cuidado propio, por supuesto, pero también mutuo: te quiero y por eso voy a cuidar nuestra relación, voy a ser más humilde cuando más difícil sea y voy apoyarte más cuando menos lo merezcas.
Todo en la vida tiene un límite, incluida nuestra libertad: seguro que conoces bien eso de que tu libertad acaba allí donde comienza la mía. La humildad, el amor y el cariño desbordado son muy bonitos siempre que sepamos cuáles son los límites a los que hay que llegar, porque si no podremos hacernos daño a nosotros mismos.
Hemos dicho que el orgullo puede ser ridículo cuando dos partes de una relación quieren seguir estando unidas y anteponen otras cosas al cariño; pero, y aquí es donde entra en juego la dignidad personal, la situación es diferente cuando la relación nos hace daño y no tenemos el suficiente orgullo para alejarnos.
“Cuando empecé realmente a quererme me liberé de todo lo que no era sano para mí. Alejé de mí comidas, personas, objetos, situaciones y, sobre todo, aquello que siempre me hundía. Al principio lo llamé egoísmo sano, pero sé que eso era amor propio.”
Si crees que el orgullo os está destruyendo, entonces no merece la pena y no sirve de nada: hay que aprender a quitar el cristal e ir más allá. Si por el contrario crees que os estáis destruyendo tóxicamente, entonces el amor propio es más necesario que el ajeno. Por esto, siempre que el orgullo te invada por dentro, recuerda las dos caras de la moneda, evalúa y toma decisiones que sepas que van a llevarte a algún lugar.
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