Comencemos con una historia. Se trata de una mujer que se fue a vivir en una cueva, dentro de las montañas. Quería aprender de un maestro que le había prometido enseñarle todo lo que debía saber para vivir. El maestro le entregó muchos libros y viejos pergaminos, llenos de sabiduría. También le indicó que todos los días iría a verla para ver qué tanto había progresado en su aprendizaje.
Al día siguiente volvió y le preguntó a la mujer si ya había aprendido a vivir. Ella le dijo que no. Entonces, el maestro tomó una vara que llevaba en su mano y la golpeó en la espalda. La mujer se asustó mucho y desde ese momento trató de leer y de entender lo más que pudiera. Pero aún así, al día siguiente ocurrió lo mismo: no supo responderle al maestro y este la golpeó.
Todo seguía igual, hasta que un día la mujer se hartó de la situación. Cuando el maestro iba a golpearla, ella le sujetó el brazo y no permitió que lo hiciera. Entonces el sabio la miró con dulzura y le dijo estas palabras: “Ya has aprendido todo lo que hay que saber para vivir. Aprendiste a detener el dolor. Puedes irte.”
“El temor es a menudo una indicación de que huyo de mí”
-Hugh Prather-
Cuando le temes a los hombres
Se dirá que ya estamos en el siglo XXI y que no es posible que sigan existiendo mujeres con temor hacia los hombres. Pero esto no es cierto. Son muchas las mujeres, en todos los continentes, que siguen padeciendo ese gran temor.
Hay diversas modalidades. Están las que le temen a los hombres y evitan el contacto con ellos. Están las que hacen lo contrario: buscan constantemente el contacto con los hombres, aunque sientan miedo de ellos. Están, finalmente, las que le tienen miedo a un hombre específico.
El temor como fobia
Algunas mujeres sienten un temor intenso e irracional frente a todos los hombres. Por eso rehúyen al contacto con el sexo masculino y cualquier situación de acercamiento las pone extremadamente tensas.
Es frecuente que ese temor se exprese como una especie de filosofía de vida que lo justifica. Dicen que “primero está el trabajo”, o que “los hombres son una carga innecesaria”, o que “ya no existen hombres buenos”. Digan lo que digan, lo cierto es que rechazan el contacto con los hombres, antes de siquiera darles una oportunidad de conocerlos.
En realidad tienen miedo. Este tipo de miedo fóbico generalmente tiene su origen en alguna experiencia traumática pasada y de alto calado. Pudo ser una relación muy negativa con el padre, el abuso sexual durante la infancia o una experiencia negativa de pareja.
El temor como dependencia
Otras mujeres temen a las reacciones del hombre que aman. Se vuelven expertas simuladoras y mentirosas para evitar que ese hombre pueda tener algún disgusto y, quién sabe, tal vez rechazarlas o dejarlas si no lo satisfacen. Son el tipo de mujeres que agradan ficticiamente al hombre que aman. Lo necesitan desesperadamente y fingen que son capaces de llenar todas sus necesidades, y sus necedades.
Las ves diciendo “no le digas que vine a visitarte, porque a él no le gusta que frecuente a mis amigas”. “Mejor no le digo que se rompió el florero, porque él adoraba esa pieza.” “Que los niños no griten, porque a él le molesta.”
El miedo a “los matones”
Por una u otra razón, también hay mujeres que se ven envueltas en relaciones con verdaderos “matones”. Esos que te ponen un ojo morado, sin que se les desacomode un pelo. Los que “se entienden” con las mujeres a golpes, por vía de la fuerza.
El miedo las atrapa como un laberinto tenebroso y entonces se vuelven evasivas, distantes. Pueden convertirse en personas muy religiosas, o en adictas a las telenovelas. Son muy soñadoras, pero se sienten sin fuerzas para siquiera pensar en cambiar su realidad.
Superar el temor
En el fondo de estas tres formas de miedo hay un elemento común: la creencia de que es imposible vivir sin un hombre. La idea de que se tiene muy poco valor como persona y que se es incapaz de tramitar acertadamente los sentimientos de pérdida y la soledad.
La mujer que evita a los hombres piensa que si se llegara a involucrar con uno de ellos terminaría perdiendo y sufriendo. La que vive para agradar a un hombre, se porta como una chiquilla que quedaría huérfana sin él. La que admite maltratos, no cree tener la fuerza para hacer su propia vida y mandar a ese patán a freír espárragos.
Es en últimas, un miedo a ser libres. Un miedo a crecer. Un miedo que se ha transmitido desde hace milenios y que se retroalimenta a sí mismo. Como en la historia del principio, se trata de miedos que solamente se superan cuando se miran a la cara y se enfrentan. Esa es la lección que falta por aprender: decir basta y detener el dolor.
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