La frase “Que no te vendan amor sin espinas” forma parte de un tema de Joaquín Sabina llamado “Noches de boda”. Esta hermosa canción es un compendio de extraordinarios parabienes. Expresa el enfoque de una ética realista, que no renuncia a soñar.
Esa frase en particular nos remite a una de las realidades más crudas de la vida: toda forma de amor trae consigo sus propios lastres de sufrimiento. No hay amor perfecto. La armonía total no existe más que en los cuentos de hadas. El amor humano, el real, es un sentimiento paradójico, contradictorio, imperfecto. Está dotado de luces y sombras, de felicidades y tristezas. En una frase: de rosas y espinas.
“Imperfecto como soy, comencé con hombres y mujeres imperfectos, por un océano sin rutas.”
El amor sin espinas
Que el amor no es perfecto es una verdad que casi todos reconocemos, al menos de dientes para afuera. Definitivamente, resulta más fácil resumirlo en una frase que asumir las implicaciones y las consecuencias que tiene esta verdad. Es muy frecuente, especialmente al comienzo de una relación, que uno de los dos, o ambos, pretendan justamente hacer eso: venderte amor sin espinas.
Muchas relaciones comienzan así, con la promesa de ese horizonte en el que brillará para siempre el Sol, en medio de un cielo sin nubes. De una u otra manera, las dos personas vinculadas por el amor quieren creer que la felicidad completa sí existe.
El enamoramiento facilita sacar esa faceta de cada uno que es toda comprensión, todo afecto, toda consideración. Aunque no lo expresen de ese modo, muchos enamorados buscan en el otro la respuesta definitiva a su existencia.
Presumen que la pareja salva, completa y otorga sentido. Salva de la soledad y la tristeza; llena todo aquello que se experimenta como vacío; otorga sentido a una vida que no parece tener un rumbo definido. El amor sin espinas puede ser cualquier cosa, menos amor, así como una rosa sin espinas es una flor falseada, maquillada, de mentiras.
El problema del amor sin espinas es que es una bella mentira que muchos quieren creer. Ese deseo no es totalmente consciente. Si les preguntas, dirán que saben perfectamente que ningún amor es perfecto. Pero en la práctica actúan como si lo esperaran todo de su pareja.
Como más temprano que tarde dejan de sonar los violines y desaparecen los arcos iris, los enamorados del amor sin espinas se convierten también en unos eternos decepcionados.
El amor no necesita ser perfecto, sino verdadero
El amor verdadero es aquel al que se le conoce por lo que ofrece y no por lo que exige.
El amor romántico y los imposibles
¿Por qué hay personas que una y otra vez se dejan llevar por las fantasías de amores perfectos y felicidades eternas, a pesar de que conscientemente saben que se trata de auténticos sueños imposibles? Los seres humanos llevamos dentro de nosotros una especie de nostalgia por el paraíso perdido. No sabemos cómo, ni por qué, extrañamos ese edén que en realidad nunca hemos conocido.
Aún así, queremos volver allí. Lo experimentamos realmente como una pérdida y nos duele no alcanzar esa condición de plenitud, de perfección. En otras palabras, aunque conscientemente no hayamos estado jamás en ese lugar, inconscientemente sentimos que está allí, esperándonos.
En algunas personas ese deseo de plenitud infinita es bastante marcado. No logran apreciar ni disfrutar de los amores imperfectos y los conflictos o vacíos que deja una relación son experimentados como una prueba de que eso “no es amor verdadero”.
En realidad, sí hubo un momento en nuestras vidas en donde todo fue plenitud. Se trata del tiempo en que formábamos parte del cuerpo de nuestra madre y existíamos sin sentir todo el peso de la individualidad.
En el vientre de la madre somos uno con el universo. Es un estado de fusión completa, de perfecta sintonía. Una condición en la que sobran las preguntas y las respuestas, y no hay lugar para la duda o la angustia de vivir.
El enamoramiento crea la sensación de volver a entrar en ese entorno en donde el solo hecho de existir está dotado de sentido. Trae las reminiscencias de ese paraíso que perdimos para siempre al momento de nacer.
Convertirnos en una persona individualizada y habitadas por la falta de esa totalidad es una tarea difícil y angustiante. No siempre llevamos a cabo ese proceso conscientemente y no siempre renunciamos al deseo imposible de volver a encontrar la plenitud.
El precio es trasegar por la vida en pos de una realidad que jamás volverá. No tener la capacidad para ser feliz de la única forma en que podemos serlo los humanos: de manera imperfecta.