Casi todos hemos caído en la tentación de adjudicar al “destino” algunos de nuestros logros y nuestros fracasos. Nada más fácil que responsabilizar a la fatalidad de lo que nos sucede y nos deja de suceder. Es una fórmula casi mágica, que todo lo explica y todo lo justifica.
“Tendremos el destino que nos hayamos merecido”Compartir
Frases como “Si el destino lo quiere, nos volveremos a encontrar”, o “El destino impidió que todo saliera bien”, son de uso frecuente. Pensar que todo está escrito de antemano es algo que se nos viene a la cabeza cuando nos encontramos con casualidades o situaciones aparentemente fortuitas, que determinan aspectos importantes de nuestra vida.
El problema es que si aceptáramos que existe un destino fijado, prácticamente todo lo que hacemos carecería de sentido. Pues como va a ocurrir hagamos lo que hagamos, nos libraríamos de nuestra responsabilidad.
¿Qué es el destino?
- Para la filosofía, el destino tiene que ver con la teoría de la causalidad. Todo lo que ocurre tiene una causa que lo genera.
- Para la mitología griega y romana, era la personificación de una diosa que tenía el poder de determinarlo todo, incluso lo que debía ocurrirle a otros dioses.
- Para las religiones, se trata también de una disposición divina. En el hinduismo, un efecto del karma. En las religiones cristianas y musulmanas, una voluntad de la Providencia.
- Para el esoterismo, el destino es una realidad impuesta por las influencias de los astros, o, en otras ocasiones, una amalgama entre el concepto de karma y de disposición divina.
Lo cierto es que, desde siempre, los hombres se han formulado preguntas en torno al destino: “¿Hacia dónde voy?”, “¿Hacia dónde debo ir?”, “¿Por qué no termino de llegar al punto que me propuse?” La pregunta por el destino es la pregunta por el sentido que tiene nuestra vida. De ahí que sea una inquietud constante, que ha recorrido toda nuestra historia como seres humanos.
¿Para qué sirve el destino?
El concepto de “destino”, entendido como predestinación, no hubiera sobrevivido a lo largo de tantos siglos, si no fuera útil. Y vaya que es útil. A través de la palabra “destino” pueden explicarse y comprenderse, al menos en apariencia, la mayoría de situaciones complejas de la vida. El concepto de destino sirve, entre otras cosas, para lo siguiente:
- Permite entender las adversidades como una realidad inevitable, que bien puede ser producto de un castigo por nuestras malas acciones, o una prueba que, si se pasa, luego será recompensada.
- Permite asociar los éxitos con un fuerte componente de suerte. Lo “bueno” llega a nuestra vida porque nuestra estrella está brillando.
- Permite depositar la responsabilidad por lo que nos ocurre en fuerzas ajenas a nosotros mismos. Esto evita posibles sentimientos de culpa o, eventualmente, hacer los esfuerzos necesarios para llegar a donde queremos.
¿Y la responsabilidad?
Lo preocupante de aceptar que existe la predestinación, o un destino escrito por una fuerza superior, es que renuncias al control sobre tu propia vida. Al principio es solo una creencia, pero con el tiempo se convierte en todo un estilo de vida.
Lo mismo pasa con el éxito. Un triunfo real no proviene de una situación fortuita, sino de un largo y paciente trabajo. Pero si crees en el destino, estarás más ocupado buscando algún factor de buena suerte, en lugar de un método para avanzar. Si el destino existiera, no tendrían por qué existir las cárceles. ¿Cómo se podría juzgar a alguien por robar o matar, si esos actos no dependían de él, sino de algo que ya estaba escrito?
En realidad, cada quien construye su propio destino. Aunque hay factores que escapan al control individual, siempre existen diferentes alternativas para actuar frente a una misma situación. Aceptar que todo está escrito de antemano es renunciar a la libertad y a la vida misma.
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