Todas las personas escondemos algo. En algunos casos, son características nuestras de las que nos avergonzamos que pensamos que los demás rechazarían o que consideramos defectos. En otros, son traumas del pasado, cosas que hicimos o que nos hicieron y que pensamos que provocarían rechazo en los demás. A este tipo de cosas que escondemos es a lo que llamamos “nuestros monstruos”.
Si escondemos nuestros monstruos a los demás es porque en realidad nosotros tampoco queremos verlos, convivir con ellos. Es normal. Los monstruos, los traumas, los arrepentimientos, los complejos, las vergüenzas… Todo eso son categorías negativas a las que duele mirar, que nos hacen sufrir.
Pero lo cierto es que es absolutamente normal convivir con nuestros monstruos. Ni el más aparentemente puro de los individuos con los que te cruzas en el día a día está libre de tener algún tipo de lucha interior. Y es que el ser humano se construye sobre sus conflictos y sus contradicciones. El problema no es ese, el problema es tratar de ignorarlos eternamente, no aceptarlos.
“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar”Compartir
Cuando no somos sinceros con nosotros mismos, cuando nos ocultamos o no tratamos de pensar en aquello que nos duele, a largo plazo, estamos perpetuando nuestros problemas, aunque en el momento presente creamos estar actuando bien y encontramos cierto alivio. Porque nada desaparece por sí solo, y es necesario aceptar la realidad para superarla.
Si tienes miedo de tus reacciones, de tu ansiedad, de tu ira, de tu depresión, del rechazo…, pero nunca te paras a pensar en ello, lo más probable es que ese miedo se vaya haciendo grande y ensombrezca áreas de tu vida que en principio no estaban afectadas.
Un ejemplo de esto es el caso de las personas que tienen miedo al rechazo porque de jóvenes sufrieron bullying. El miedo nunca va a desaparecer del todo, pero puede adiestrarse, convertirse en algo manejable, aprendiendo a gestionar la ansiedad, a trabajar la autoestima, etc.
Sin embargo, si dejamos que el miedo venza, que el “monstruo” nos domine, y nunca tratamos de enfrentar las situaciones que nos atemorizan, ese miedo cada vez será más grande y nos hará sentir inseguros en más áreas.
Y así sucede con todo. Si no asumes que en tu matrimonio hay un problema de comunicación, nunca podrás buscar ayuda para resolverlo. Si no consigues aceptar que tienes un problema con la comida, no podrás empezar el tratamiento. Desgraciadamente, los problemas no desaparecen por ignorarlos, sino que crecen hasta convertirse en bolas de nieve que arrasan con todo.
Los monstruos no desaparecen, pero se pueden domar
Nos gustaría pensar que aceptar y enfrentar nuestros monstruos, del tipo que sean, va a hacerlos desaparecer, y cuando vemos que no sucede así, puede que nos frustremos hasta el punto de abandonar la batalla. ¡Pero eso es un grave error!
La realidad es que simpre tendremos que convivir con aspectos de la vida que nos harán daño, pero lo importante es que si decidimos enfrentarlos aprenderemos herramientas para hacerlos, aunque no inexistentes, manejables.
La persona que es ansiosa, por ejemplo, siempre tendrá una respuesta de ansiedad mayor que la persona que no ha conocido la ansiedad. Quizás sea más nerviosa, anticipe más, se preocupe más por sus problemas.
Terapia de aceptación y compromiso
En psicología, existe una corriente que se denomina terapia de aceptación y compromiso. Consiste en que, cuando los pensamientos negativos nos invaden, en lugar de tratar de luchar contra ellos uno a uno, lo cual puede ser extenuante, los aceptemos, pero nos comprometamos a actuar como creemos que deberíamos, independientemente de nuestros pensamientos.
Por ejemplo, si nuestro problema es que evitamos las situaciones sociales porque nos generan ansiedad, tendríamos que comprometernos a enfrentar esas situaciones, aceptando que la ansiedad va a estar ahí, sin tratar de eliminarla, sencillamente viviendo la experiencia tal y como suceda.
Lo importante, según esta teoría, es comprometerse a actuar como consideramos correcto y aceptar que por dentro podemos sentirnos a la vez ansiosos, tristes, cabreados…, pero sin actuar con respecto de los impulsos, sino con respecto de como nos hemos comprometido.
Y así es como adiestramos a nuestros monstruos. Los miramos, los conocemos y les decimos: “A pesar de que estás aquí voy a vivir mi vida como yo decida”. Es sorprendente el efecto que esto produce sobre ellos al cabo del tiempo. Acaban siendo seres sumisos que ya no nos asustan, con los que no nos da miedo convivir.lamenteesmaravillosa.com