En entrevista con el portal de internet Salud Popular, Balbea critica el uso de transgénicos y agrotóxicos, pues cree que son una tecnología que sirve al propósito de dominar los territorios de los países productores.
Para el médico, el acto de comer y producir alimentos está vinculado directamente con la cultura de los pueblos, y esto está siendo
¿Cuál es el propósito de una tecnología como los transgénicos?
Las tecnologías no son neutras. Son instrumentos políticos y algunas sirven a determinados poderes, para implementar determinadas acciones. Si una tecnología tiene apoyo de toda la industria, va a ser creado un proceso de legitimación social para que las personas la acepten.
En el caso de los transgénicos, ellos sirven para la dominación de algunos territorios, por la producción de commodities [productos primarios] en favor del capital.
Usted dijo que comer es un acto cultural. ¿Cómo cambian los transgénicos nuestra forma de comer y producir?
El alimento es mucho más que nutrientes. A veces, comemos sin tener hambre, por una relación social que se establece alrededor de producir y preparar los alimentos. Cuando dejamos de producir alimentos y pasamos a los productos transgénicos, que son mercaderías, no existe esa relación, porque es una producción que va a contramano de la cultura de los pueblos.
En Argentina, por ejemplo, no tenemos la cultura de comer soja, pero tenemos una expansión de la frontera agrícola basada en el cultivo de soja. En Brasil, ocurre lo mismo. Es una producción hecha, especialmente, para la exportación, que atiende al interés de otras naciones.
Además, varios estudios muestran que ingerir productos transgénicos genera enfermedades, como cambios en el tubo digestivo, además de la química asociada al producto genéticamente modificado: no hay transgénico que no tenga, en su composición, agrotóxicos.
¿Por qué países como Brasil y Argentina continúan usando agrotóxicos comprobadamente peligrosos, que fueron prohibidos en otros países?
Esos países, principalmente Europa, decidieron, por presiones populares y otros motivos, que esos venenos causan daños a la salud. Pero, en países como Brasil y Argentina, donde es más fácil manipular la política, su uso continúa. Son países que no son verdaderamente soberanos, no pueden articular sus propias políticas; ellos responden a políticas que se desarrollan en los países capitalistas centrales. Dependen de esa economía que se decide en otro lugar y es aplicada en sus territorios. Hay una libertad e impunidad que permite imponerse al derecho de los pueblos.
¿Por qué hay un silencio de parte de la comunidad científica sobre muchas denuncias y cuestionamientos en relación con los transgénicos?
Pienso que por falta de conocimiento, por el tipo de formación que existe, que naturaliza esas tecnologías como algo indispensable para la economía y la sociedad. Es el paradigma de que la economía pesa más que la vida. Toda nuestra vida pasa por el consumo. Lo económico tiene un valor que está por encima de cualquier otro derecho, es la forma de funcionar de la sociedad.
Y, cuando se piensa que no hay alternativa, es una victoria para esa forma de pensar dominante, que no nos deja pensar que hay formas de producir sustentables y que la salud es algo utópico. Pero, cada vez más, el debate se va dando en forma mayor, en lugares más importantes. La acumulación de información y el malestar social que se van generando a través de este tema ya no permite que algunos miren hacia otro lado [e ignoren el asunto].
¿Y cómo la red de médicos de Argentina contribuye para que se dé ese debate?
Cuando los científicos van en contra de los intereses de la industria, ellos son perseguidos, dejados de lado de cargos y carreras, sólo por publicar lo que creen que es correcto. Es preciso tener un espacio donde los médicos, los profesionales de la salud y otras disciplinas se sientan seguros para poder investigar y compartir la información.
Ya realizamos tres congresos de salud ambiental, con personas que participaron en discusiones sobre transgénicos, agrotóxicos, sobre modelos productivos diferentes. Ese proceso creó una unión de científicos comprometidos con la salud y la naturaleza en América Latina. La red ha sido un espacio que permite crear y cuestionar, sin que esas personas se sientan perseguidas por la industria, tengan apoyo y espacio para pensar otra ciencia que esté a favor de los intereses del pueblo.
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