París. Siempre París.
La ciudad de la luz.
Del amor... de nuestro amor.
El tiempo nos ha descrito ese lugar
como aquél en el que se forjó una alianza no escrita
y, sin embargo, inquebrantable.
Cada vez que viajo, preparo mi maleta de los sueños,
donde habitas, donde me enamoras,
donde tu esencia permanece inalterada.
En mi corazón eres eterna,
inolvidable como el amanecer,
como nuestro primer amanecer juntos.
El París que veré, si tu no estás, no será el mismo.
Le faltará la luz que le da nombre.
El sol saldrá por el Este,
pero mi sol se despertará en el Sur,
y allí miraré para soñar.
Porque mi sol amanece en tu sonrisa, siempre lo hará.
Mañana saldrá el sol con más fuerza
para anunciar que ese día se cumplen meses de felicidad a tu lado.
Porque nombrarte en la lejanía
ya es sinónimo de dulzura.
Es sentirte en la parte más bonita de mi ser,
donde no llega ni llegará ya nadie.
Porque ahí estás tú, mi dulce amor.
Porque tú lo eres todo, el principio, el fin,
el camino recorrido y el que queda por delante.
Me siento como Ulises, cuya vida fue ese camino,
esa búsqueda dentro de sí
para encontrar el verdadero valor de las cosas...
hasta llegar a su tierra,
a los brazos de su amada,
que no reconoció al hombre que partió,
que vio en él a alguien mejor que el que comenzó el camino.
Volvió mejor que nunca por ella, para ella.
Por eso mi camino es mi destino, mi amor,
un destino que nos une y nos guía a través de la vida.
Un destino que, a buen seguro, nos tiene deparado un reencuentro
que recordaremos para siempre.
TE AMO