“Dos amigos íntimos emprendieron una excursión. Al hacerse de noche se echaron a dormir bajo un árbol, uno junto al otro. Uno de ellos soñó que habían tomado un barco y habían naufragado en una isla. Al despertar, comenzó a preguntarle a su compañero si recordaba la travesía, el barco y la isla. No se lo podía creer cuando su amigo le explicó que él no había tenido ese sueño. ¡Imposible, no podía creérselo! Se enfadó con su amigo y se negó a aceptar que no hubiera tenido el mismo sueño que él…”
La intolerancia, el ego, el orgullo, la incomprensión y la falta de empatía son las barreras naturales que nos alejan de momentos de felicidad o estados de tranquilidad y paz interior.
“Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo”-José de San Martín-
¿Cuánto estamos dispuestos a aguantar una situación incómoda?, ¿sabemos convivir enfrentados a los demás y sobre todo, con nosotros mismos?, ¿controlamos realmente como queremos la balanza de los pros y los contras?
La mala gestión de situaciones de tirantez en las que nos vemos inmersos y de las que no sabemos salir o no queremos resolver a menos que sea a nuestro favor, nos priva y nos arrebata horas, semanas e incluso años de disfrutar de amigos, familia o pareja por el mero hecho de “llevar la razón”.
¿Es la razón tan poderosa?
El sentimiento de victoria es una droga poderosa a la que podemos engancharnos cuando está alimentada de orgullo y ego. Pero, ¿cuál es el precio de mantenernos en nuestra postura?
¿El valor de lo que ganamos con la razón es mayor que el que perdemos? La satisfacción que encontramos en el respeto obtenido al llevar “la razón” debe encajar en la ecuación de la tranquilidad, junto con el escapar pinceladas de compañerismo, conexión, cariño, amistad y apoyo.
El cine y la literatura están repletos de relatos donde mantenerse firmes y obcecados en las posiciones conduce a la desgracia o a la infelicidad. Sin embargo, poco aprendemos de ello. Reflexionamos e incluso opinamos sobre lo que alguien cercano debería hacer o ceder, pero a la hora de la verdad, predicar con el ejemplo es la asignatura pendiente.
“Existe un abanico de competencias emocionales -la capacidad de tranquilizarse a uno mismo (y de tranquilizar a la pareja), la empatía y el saber escuchar- que facilitan el que la pareja sea capaz de resolver más eficazmente sus desacuerdos. El desarrollo de este tipo de habilidades hace posible la existencia de discusiones sanas, de “buenas peleas” que contribuyen a la maduración del matrimonio y cortan de raíz las formas negativas de relación que suelen conducir a su disgregación”
-Daniel Goleman-
Más allá de los motivos
Aquello que rodea a una posición enconada de una persona en obtener un resultado favorable en una discusión se basa en tres elementos:
- Necesidad de apuntalar su ego
- Necesidad de reafirmar su autoestima
- El miedo a otras posiciones o a “perder” poder y control
Salvo en casos de pruebas reales donde no exista debate posible, y el enfrentamiento no dependa de interpretaciones, lo natural es que nadie sea dueño de la verdad absoluta.
Esta idea parece madura en nuestro interior y estar presente en momentos de templanza, pero en ocasiones flaquea cuando confrontamos con los demás…
¿A qué conduce el estancamiento posicional?
Rabia, miedo, frustración e ira. Cuando vemos que algo no se resuelve o se satisface según nuestro cánones, se ponen en marcha una serie de mecanismos que desencadenan emociones negativas que entorpecen nuestro razonamiento y consumen energía en nuestro interior.
Cuando nos estancamos en una posición, perdemos energía y sobre todo, tiempo. Tiempo que perdemos de disfrutar sin ataduras y sin sensación de compromiso u obligatoriedad.
“Las personas realmente fuertes y felices no se pelean casi nunca. No pierden su precioso tiempo ni su magnífica energía en eso. Están centradas en disfrutar con sus proyectos y su vida. ¡Y lo mejor es que los improperios y las salidas de tono apenas les molestan!”
-Rafael Santandreu-
Reproches, intentos de manipulación, exigencias, burlas, dependencias emocionales, etc. Debemos estar preparados para detectar todo ello en el momento en que nos encontramos en una posición así.
Y no sólo detectarlo en los demás, sino en nosotros mismos, que arrastrados por las emociones señaladas anteriormente, lo traducimos en comportamientos de los cuales no nos enorgulleceríamos en situaciones normales, de tranquilidad y flexibilidad.
¿Cómo salir del atolladero?
Podemos plantearnos algunas preguntas que nos ayuden a encontrar un camino flexible:
- ¿Cómo me siento con la situación? Encontrar las palabras adecuadas para describir como nos sentimos, favorece la ordenación del pensamiento y nos ayuda a eliminar el “ruido” que pueda enturbiar los aspectos más razonados de la situación.
- ¿Sabe la otra persona cómo me siento? Esto va más allá de las discusiones comandadas por las emociones, y más allá del “porque tu eres….” y “yo soy…..”
- ¿Conozco cómo se está sintiendo la otra persona? En ocasiones, recurrimos a la interpretación del pensamiento. Esto no es más que dar como ciertas, afirmaciones del tipo: “seguro que piensa que…..”
- ¿Cómo empezó el conflicto? ¿Qué quería conseguir y qué quería conseguir la otra persona?
Lo siguiente será plantearse alternativas dentro del conflicto para solucionarlo y para conocer hasta que punto puedo ser flexible y ceder, o en qué punto puedo dejar de buscar la reafirmación de reconocimiento.
Eso si, todo ello, desde la más profunda sinceridad. De nada sirve fingir flexibilidad. Tarde o temprano saltarán por los aires sus costuras, y encarnizaremos otro conflicto potenciado con el anterior con distintas formas y distinto lenguaje, pero con la misma piel. La piel de marcar nuestra línea de fuego innegociable e insistir en hacer enemigo hasta su claudicación al que tenemos delante.
Ponderemos el tiempo que podemos ganar con los demás y otorguémosle el valor que le corresponde. Seguro que muchas veces es mayor del que nos da un “te lo dije” o un “lo sabía”.
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