Podemos decirle adiós a nuestro orgullo, pero la dignidad no debemos perderla nunca por nada ni por nadie, pues entonces nos perderíamos a nosotros mismos, dañaríamos nuestro amor propio y nuestra integridad.
Si bien cada persona tiene que hacer valer su propia estima, este valor no es válido si es a costa de los demás. Así que tenemos que saber discernir aquellas actuaciones de los demás que dañan nuestra imagen y vulneran nuestra dignidad.
A pesar de que no es la presencia ni la ausencia de dignidad lo que asegura conseguir amor o amistades verdaderas, lo que sí es cierto es que aquellas relaciones fundamentadas en la dignidad serán más auténticas, libres, sólidas y respetuosas, lo cual no encontraremos si no somos decentes con nuestra identidad.
Ni el amor ni el cariño se mendigan, NUNCA
¿Alguna vez has sentido que estabas mendigando migajas de atención y de cariño de alguien que te solo te mostraba egoísmo e indiferencia? La respuesta a esta pregunta es casi con certeza afirmativa.
La cuestión es que según con qué personas nos relacionemos o en qué momento vital nos encontremos, seremos más propensos a convertirnos en víctimas de aquellas personas que necesitan menospreciar parar engañar a su autoestima.
O sea que digamos que a veces perdemos la dignidad porque consideramos que nos compensa o porque, lo que es más habitual, nos bloqueamos y no sabemos responder ante situaciones complicadas de manipulación o sometimiento.Compartir
La dignidad y el orgullo, dos monedas con diferentes caras
El mensaje que queremos transmitir es “no pierdas a alguien por orgullo, pero tampoco pierdas la dignidad por alguien”. Sin embargo, realmente la línea entre el orgullo y la dignidad es muy difusa.
Para eso tenemos que mantener el ego a ralla, pues será un exceso de él lo que convierta a la dignidad en orgullo, un sentimiento de superioridad vacío, intolerante, dañino e injustificado.
Es la dignidad la que refleja la habilidad de comportarse de manera justa y equilibrada con uno mismo sin hacer caso a pretextos ni a chantajes que nos sometan. O sea, que ser dignos es respetarnos y respetar al prójimo manteniendo la distancia de seguridad que nos permita equilibrar la balanza.
Por eso debemos respetarnos y mantener la dignidad, no perderla por nada ni por nadie, pues en ese caso nos perderíamos a nosotros mismos por capricho de quien no nos merece.Compartir
La importancia de autoestimarnos para no herir a los demás
Las personas que se quieren a sí mismas tienden a ser más coherentes y bondadosas en sus actos que aquellos que no se aprecian, pues las primeras consideran terrible hacer daño a los demás.
O sea que el hecho de pensar “me he comportado de manera inmoral con esta persona” distorsiona tanto nuestra identidad de “personas buenas y positivas para los demás” que nos comprometeremos explícitamente a resolver esa situación y a evitar que suceda de nuevo algo similar.
Del mismo modo, a aquellos que no se tienen en consideración les resulta menos disonante o terrible cometer actos mezquinos, pues se creen con menos valor y, por lo tanto, no tienen que alimentar un buen concepto de sí mismos.Compartir
Esto explica la razón por la que las personas que suelen aprovecharse de los demás y menoscabar la dignidad ajena suelan hacerlo casi siempre sin pudor. En este sentido podemos decir que realmente hay algo que no está funcionando como debe dentro de ellos.
De todas maneras, la piel crece sobre la herida, aunque lo importante es que se cicatrice desde el interior. Utilizamos esta metáfora porque es muy útil para hacernos a la idea de cómo cuando alguien nos defrauda, se rasga una parte de nosotros.
O sea, no quiere decir que la dignidad nos haga salir indemnes de algún daño, sino que gracias a que mantenemos fuerte y presente nuestra identidad podremos manejar mejor el hecho de que alguien nos abandone, que nos despidan del trabajo o que nos engañe un amigo.
Una persona íntegra y auténtica será una persona digna que a pesar de que los acontecimientos le lastimen, seguirá caminando, mirando de frente y con su frente alta porque se conoce y sabe lo que vale a pesar de que los acontecimientos o las personas negativas quieran hacerle creer lo contrario.
Digamos que aunque nunca volvemos a ser los mismos, este tipo de situaciones dolorosas nos invitan a fortalecer nuestra dignidad y nuestra identidad personal. No vamos a vernos menos afectados o dolidos, pero sí que nuestra manera de salir del pozo conllevará menos daños colaterales.
De todas formas, generalmente cuando nos vemos en la obligación de decidir entre nuestra dignidad o la falta de ella, las campanas del adiós o del cambio deben empezar a sonar en nuestra cabeza; entre otras cosas porque, como hemos dicho, no podemos renunciar a nuestra salud emocional por nada ni por nadie.
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